BIBLIOGRAFÍA Última atualización: Miércoles 8 Febrero 2006 | ||
Adiós,
España. Verdad y mentira de los nacionalismos
#Bilingüismo y educación en Cataluña. #Cuadernos de Alzate, nº 22: Política Lingüística y Nacionalismo #Defensa de la Nación Española #Del hecho nacional a la conciencia de España o el discurso de la República. #Documentos para la Historia del Nacionalismo Vasco
Educación y
nacionalismo. Historia de un modelo #EL CARLISMO VASCONAVARRO FRENTE A LA DEMOCRACIA ESPANOLA (1868-1872) #El Español en Cataluña: Una Lengua en Extinción" #El idioma español en Cataluña (Situación regresiva en uso y enseñanza) #El largo camino hacia la oficialidad del español. #El nacionalismo y las lenguas de Cataluña #El problema lingüistico en Cataluña, Informe de una realidad #El Ruido de las Nueces . LA RELACIÓN SECRETA ENTRE ETA y PNV #España en horas bajas. La guerra de los nacionalismos. #España: por un Estado federal. #ESPAÑA NO ES UNA CÁSCARA. Paradojas y miserias del nacionalismo victimista ESTADO DE EXCEPCION: VIVIR CON MIEDO EN EUSKADI #Estudio Crítico de la Nueva Ley del Catalán Euskadi, del sueño a la vergüenza. Guía útil del drama vasco #Gente de Cervantes. Historia humana del idioma español. #GUÍA PARA ORIENTARSE EN EL LABERINTO VASCO #La "normalización lingüística", una anormalidad democrática, El caso gallego #LA DIGNIDAD E IGUALDAD DE LAS LENGUAS, CRÍTICA DE LA DISCRIMINACIÓN LINGÜÍSTICA #LA IZQUIERDA Y LA NACIÓN. UNA TRAICIÓN POLITICAMENTE CORRECTA La tregua de ETA: mentiras, tópicos, esperanzas y propuestas. #Lengua española y lenguas de España. #Milenarismo vasco. Edad de oro, etnia y nativismo #Multilingüismo y política (el caso catalán) #Nada por la Patria: La construcción periodística de nacionas virtuales #NUEVO TESORO LEXICOGRÁFICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA #Paises y razas. Las aspiraciones nacionalistas en diversos pueblos (1913-1914) Perversiones políticas del lenguaje #Política lingüística y sentido común. #Por la Normalización del Español, El estado de la cuestión, una cuestión de Estado #Sacra Némesis (Nuevas historias de nacionalistas vascos) #Si España cae..... Asalto nacionalista al Estado #Sobre el artículo 3 de la Constitución española: la enseñanza "en las demás lenguas de España" Vocabulario democrático 2002 del lenguaje político vasco #VOCES ANCESTRALES: RELIGIÓN Y NACIONALISMO EN IRLANDA
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"Adiós, España". Verdad y mentira de los nacionalismos Jesús Lainz, Ed. Encuentro, Madrid, 2004 El libro de Jesús Laínz, que se ha convertido en un acontecimiento intelectual de alcance nacional (pese a la práctica ausencia de publicidad, ha vendido tres ediciones en un abrir y cerrar de ojos y ya se prepara la cuarta), aborda con intención crítica y con una inteligencia y rigor admirables el fenómeno de los nacionalismos en España. "Si la crítica a los llamados nacionalismos periféricos se hace por
defender una identidad, sacando de ello la conclusión de que toda
identidad es perniciosa, se estará haciendo un diagnóstico erróneo de la
enfermedad, por lo
Amada España
Amarás a tu tribu Retrato del
nacionalismo: El pensamiento crítico, liberal, impetuoso y hasta
humorístico de Vidal-Quadras Pero el nacionalismo hace de la confrontación su razón de supervivencia. Contemplar el fenómeno nacionalista con el esfuerzo del sentido común y el deseo de entendimiento lleva a descubrir su afán "totalizador y opresivo". Y entonces, el análisis deviene en agrio exponente de anomalías y arbitrariedades, que los nacionalistas interpretan como agresiones inmerecidas en su papel perpetuo de víctimas, como tenemos ocasión de comprobar, lamentablemente, tantas veces. Pero el análisis del nacionalismo no es una agresión. Por el contrario, esta queja de los nacionalistas es una artimaña que busca que los críticos se achanten. Hoy en España nadie responde más agresivamente a las críticas que los nacionalistas, algunos de los cuales se permiten amenazar a quienes tienen la osadía de opinar. Y no me refiero a los terroristas, que ésos amenazan siempre y a todos, sino a los líderes de los partidos nacionalistas que están en las instituciones democráticas y que reaccionan brúscamente contra las opiniones discrepantes. De los riesgos que entraña la crítica a los nacionalimos excluyentes sabe demasiado Aleix Vidal-Quadras, que se vió obligado a dejar la presidencia del Partido Popular en Cataluña cuando el Gobierno de José María Aznar pactó con Jordi Pujol para asegurar la gobernabilidad. Pero si tuvo que abandonar esa responsabilidad, continúa manteniendo los mismos principios políticos, de raíz inequívocamente liberal, y el mismo discurso en su actual dedicación como diputado autonómico y como senador. Redactó la mayoría de los textos contenidos en este libro una vez fuera de la presidencia del PP. Si los pujolistas pensaron que con aquel incidente eliminaban una voz crítica, se equivocaron cumplidamente. Vidal-Quadras se siente ahora tan libre como entonces para denunciar los abusos del nacinalismo y no ha rebajado un ápice su ímpetu. La razón que lo explica es su convencimiento del peligro que para España entrañan unos nacionalismos de bajo tono aparente pero que encierran la ilusión de una ruptura. El trabajo De la nación plural al Estado plurinacional: la reinvenciòn de España, explica perfectamente, con la virtud de la claridad, la dimensión de este riesgo nacinalista y es un texto recomendable a todos, nacionalistas incluídos. La solución que propone, "un acuerdo de largo alcance y de naturaleza estructural" entre los dos grandes partidos nacionales (pág. 151), es merecedora de estudio. El prólogo al libro servirá a muchos lectores para descubrir a un político inteligente, a un intelectual honrado y a un hombre con estupendo sentido del humor. El dice de su prólogo que es "arriesgado". En realidad, todo el libro es "arriesgado" en cuanto que lo es el retrato del nacionalismo. Pero es un libro, en la España titubeante de hoy, indispensable.
Auto de Terminación.
Bilingüismo y educación en Cataluña.
Biografía de España El nuevo libro de García. de Cortázar lleva camino de convertirse en otro éxito de público como el anterior, Breve historia de España, que consiguió superar todas las expectativas. Y es natural que así sea por la novedad del planteamiento y la inteligencia crítica de sus observaciones, junto a la ágil disposición de los episodios que relata y un estilo narrativo de buen escritor que sabe cómo contar la Historia para que resulte siempre fascinante. El suyo es, sin duda, un moderno enfoque, aunque discutible desde un punto de vista estrictamente académico. Resulta muy estimulante recrear la Historia de España como un largo y esforzado camino por la conquista de la libertad y la democracia y buenas razones no le faltan al historiador, pero ¿es honesto omitir las guerras, por ejemplo? Desde luego es un alivio pasar por alto muchos de los conflictos, internos y externos, por los que pasó España, y puede ser hasta saludable despojar de su artificiosa importancia aquellas listas de nombres, fechas y batallas que tanto nos hacían sufrir en la escuela. Pero a veces se corre el peligro de poner en el papel de víctima a quien fue verdugo y olvidar que la palma del martirio es incompatible con el látigo del explorador. Salvada esta cuestión, que no es sino una traba objetiva que el crítico debe apuntar aunque lo insulten, es necesario reconocer en este libro un efectivo antídoto contra el nacionalismo disgregador y falsario que sufrimos a diario los españoles. Una corrección desde la verdad serena de la Historia para esos especuladores que «inventan naciones donde antes no existían», como dice el autor, porque las comunidades históricas no son un compendio de hechos, actitudes y esfuerzos, una larga marcha hacia su identidad que se va nutriendo de complejas evoluciones y meandros. Vida humana, imperfecta pero vida y no «esencias eternas». Biografía de España es también una reivindicación del currículum socioeconómico, político, literario, artístico y científico de la nación española. Una visión de su «experiencia profesional» que ha sido a menudo olvidada, cuando no tergiversada por la impenitente deformación de los corifeos de la Leyenda Negra, muchos de ellos hispanos para más inri. Al igual que Julián Juderías, en su libro fustigador de la leyenda, Cortázar nos recuerda la intensa actividad en todos esos campos de una nación hecha a golpe de encuentros, fusiones y mestizaje. Entre las novedades, merece la pena destacar el hincapié que hace sobre las raíces del parlamentarismo ibérico, desde las Cortes de León convocadas por Alfonso IX en el siglo XII, hasta las de Castilla de Alfonso XI o la cascada de prerrogativas que el monarca aragonés concede en 1283 y que conformarán el Fuero General de Aragón. Una tendencia política que los Austrias abandonan en parte y que recoge la nueva monarquía constitucional haciendo suyo de nuevo el principio neogótico hispano de la Corona como depositaria y garante de la soberanía del Pueblo. Tal vez la historiografía europea, por regla general tan amnésica como proclive al canon anglosajón, se vaya enterando así de los orígenes del parlamentarismo democrático, muy anteriores a las Glorious Revolution y a Cromwell. Cortázar es de esa raza y generación de españoles liberados que están aportando a nuestra cultura un aire fresco y renovador. Como historiador contribuye a limpiar de dorados y herrumbres una casa común abigarrada y llena de estancias. Y lo hace de forma que sus palabras lleguen a todos y no pierdan un ápice del entusiasmo con que han sido creadas. Porque además de proceder a la peliaguda tarea de divulgar la historia de España, tiene madera de escritor y olfato de periodista, y no como tantos cronistas y tuseles que nos atormentan con mamotretos mal escritos e indigestos, cuando no parciales y aviesos. Claro que no todo es perfecto. En su afán globalizador, el autor une cosas en extremo distantes, como esas visiones demasiado rápidas de la Introducción y capítulo primero, que resultan peligrosamente huecas, forzadamente esquemáticas, aunque contengan la semilla de las verdades que han de venir y sean aperitivo del banquete que llega a continuación. También su afán panegírico y una inevitable tendencia a dar gusto a todos, ponen en precario la ecuanimidad de la obra, que se ve reforzada, por otra parte, con la inclusión de textos originales de muy diversa índole. Por eso Fernando García de Cortázar ha hecho una biografía del autor, «autorizada» desde la lucidez, pero también desde lo subjetivo.
Constitución española.
Contra las patrias.
Cuadernos de Alzate, nº 22: Política Lingüística y
Nacionalismo R.B. Babelia El País 28 Agosto 1999 Bajo el epígrafe de ‘Politica lingúístíca y Nacionalismo’ se agrupan artículos de F. Rubio Llorente, Mikel Azurmendi, F. de Carreras, Joseba Arregi, Iñaki Aguirreazkuenaga, A. L. Basaguren y A. Santamaría. Análisis de la coyuntura política vasca a cargo de L. Daniel Ispizua, Daniel Innenarity y F. Llera. El número, extraordinario en varios sentidos, también incluye artículos de Fernando Savater (sobre Bertrand Russell) y Ricardo Tejada.
Cuentos Nacionalistas Con prólogo del
afamado defensor de la libertad idiomática D. Aleix Vidal Quadras, por
lo que ya puedes darte una buena idea del interés que esta obra tiene
para todos los que defienden el español en España. En caso de querer adquirir este libro, si no consigue localizarlo, puede ponerse en contacto con nosotros para conseguirlo.
Cuestión de fondo.
De la
inexistencia de España España como problema. La eterna cuestión, activada por la generación del 98 y enriquecida a lo largo de esta centuria con diversas interpretaciones. La de Juan Pedro Quiñonero sigue la estela dejada por Américo Castro. Sostiene que diluida en el paisaje virtual de la Unión Europea, España carece de entidad. ¿Qué queda entonces? ¿En qué noray anclar la identidad española? En la idiosincrasia cultural, en el crisol de lenguas, religiones, pensamiento de nuestra Historia. El único terreno —sostiene Quiñonero— que «escapa al control administrativo de la política y al infierno proliferante de la nadería audiovisual: las artes de la imaginación y de la palabra». El libro traza una panorámica por algunas de las constantes literarias y artísticas de Celtiberia. Es pues, un Historia diferente de España. Un recorrido sumamente sugestivo, servido por una prosa de calidad.
Defensa de la Nación Española
Otero Novas disecciona las causas y consecuencias de la «des-integración» de España, devorada por colmillos europeos y nacionalistas. – ¿Hemos
ingresado con el pie cambiado en la Unión Europea? – ¿Haciá dónde
se vertebra España? – ¿Y si fracasa
la Unión Europea? – ¿Qué pintan
los nacionalismos? – Sostiene
usted que a España la niegan. ¿Quén? ¿Quiénes? – ¿Desde cuándo
se ultraja la Carta Magna? – ¿El
confederalismo arruinaría la democracia? – ¿España está
en venta?
Del hecho nacional a la conciencia de España o el discurso de la
República.
Derechos
internacionales
Documentos para la Historia del Nacionalismo Vasco En 1890, Sabino Arana planteó en una frase la fórmula que iba a dar lugar al desarrollo del nacionalismo vasco: "Euskadi en la patria de los vascos". Pues bien, ésta sigue siendo la misma fórmula que todavía emplean en la actualidad los líderes de distintos partidos políticos nacionalistas de Euskadi. Documentos para la Historia del Nacionalismo Vasco trata de ilustrar los cien años que separan al proyecto inicial de Arana de la actual atomización de formaciones nacionalistas en Esukadi, con una serie de documentos (desde programas y manifiestos políticos hasta mapas y gráficos, pasando por discursos). El libro parte de los orígenes forales del movimiento, conectados innegablemente con las propuestas antiliberales del carlismo. Y analiza, a continuación, con rigor y capacidad de síntesis, el rastro documental del nacionalismo. Lo hace con un tono objetivista y distanciado, que tanto se agradece en un asunto que, con lamentable frecuencia, no ha sido tratado con la objetividad que debe caracterizar todo estudio histórico. Por razones obvias no resulta sencillo escribir con serenidad y acierto sobre el nacionalismo vasco, dificultad que se acrecienta aún más cuando se vive y trabaja en esa tierra, como es el caso de los autores de este libro, tres investigadores de la Universidad del País Vasco. Con rigor y sin caer en atavismos de carácter ideológico, Santiago de Pablo, José Luis de la Granja y Ludger Mees, se han adentrado en un tema en el que, además, son reputados especialistas. Quin quiera ahorrarse horas y horas de consulta para entender lo fundamental del nacionalismo vasco encontrará en este volumen una selección muy completa de los textos clave en apenas doscientas páginas. Con el interés añadido de que buena parte de los textos procede de manifiestos o declaraciones políticas de los fondos documentales de los archivos que no habían sido publicadas. El libro rehúye las aristas más polémicas del sabinismo: contiene los textos independentistas del fundador del PNV, pero también sus escritos de corte racista, tan poco conocidos, hurtados, por cierto, al gran público en el centenario del partido recientemente celebrado. Queda, en conjunto, un compendio de gran utilidad.
Educación y
bilingüismo.
Educación y
nacionalismo. Historia de un modelo "Ladrón de Guevara
denuncia el modelo educativo nacionalista Las cosas no suceden por casualidad. La escuela constituye el fundamento de la "construcción nacional vasca", y el autor conoce bien hasta qué punto es difícil resistirse a ella. Además de colaborador de Elsemanaldigital.com, donde alerta cotidianamente sobre los desafueros del nacionalismo, Ernesto Ladrón de Guevara es portavoz de Unidad Alavesa en las Juntas Generales de Álava. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, lleva treinta años ejerciendo tareas educativas en el sistema público de su comunidad, así que conoce a la perfección los instrumentos diseñados desde el Ejecutivo vasco para fabricar el viejo sueño sabiniano de Euskadi inoculándolo en la infancia. En "Educación y nacionalismo. Historia de un modelo", Ladrón de Guevara ha plasmado todo lo que sabe al respecto. Ya ha presentado esta obra en Bilbao y en Vitoria, y el martes lo hizo en el Ateneo de Santander, presentado por Gotzone Mora y otro articulista de nuestro periódico e incansable debelador del nacionalismo, Jesús Laínz. El autor no oculta que ha escrito su libro desde la indignación por que un "nacionalismo etnicista y secesionista" haya convertido la escuela, contra toda norma pedagógica, en "un gran aparato de adoctrinamiento muy eficaz para los fines de la construcción nacional". Pero esa indignación está sólo en las motivaciones, y queda aparcada desde las primeras páginas para concentrarse en una investigación histórica profunda, documentada y sin pasión, sobre las raíces, los procesos, la metodología y los resultados del sistema educativo vasco. La idea esencial que transita por sus doce capítulos es el carácter postizo de la enseñanza en el País Vasco y su divorcio del país real. Lo que realza su carácter de imposición. Fijémonos, por ejemplo, en el dato del euskera. Pese a una intensa campaña de normalización lingüística que dura ya un cuarto de siglo, en 2003 sólo el 0,53% de los escritos dirigidos a la Diputación de Álava por los ciudadanos se redactaron en vascuence. A tanto llega la campaña, que en algún ejercicio Ajuria Enea ha llegado a presupuestar para euskaldunización hasta el quíntuple de dinero que para las políticas activas de empleo. El impacto es muy relativo, pero no deja de influir, como la persistente tendencia a la disminución del modelo de escolarización en castellano, abrumadoramente preferido en los años 80 (60,43%), y ya minoritario al finalizar los 90 (21,78%): el PNV ha incrementado la presión hacia la inmersión total en euskera, pese a que la realidad social continúa indicando un uso minoritario de ese idioma. No todo es la lengua, por supuesto. La dogmática nacionalista sobre Navarra, la historia antigua o incluso la naturaleza de ETA, por ejemplo, es analizada también en esta obra a través de los libros de texto amparados por la Consejería de Educación. Ladrón de Guevara expone cómo se ha llegado a este punto, fundamentalmente por la rápida transferencia de esas competencias al Gobierno vasco, y el desprecio a la ley, por acción u omisión, de éste. Las cuatro páginas que conforman las conclusiones finales del estudio denuncian el adoctrinamiento como paso intermedio hacia la hegemonía social, que rompe los fundamentos de la democracia. Y reprochan a los partidos constitucionalistas su pasividad al consentir "que el nacionalismo entretejiera un programa perfectamente planificado en el tiempo para diluir socialmente cualquier obstáculo a sus pretensiones y objetivos disgregadores de la unidad política y territorial de España". Un libro imprescindible, afirma Gotzone Mora, para comprender lo que ha pasado y está pasando en el País Vasco." El fin del Estado A pesar del mal tiempo, ante una nutrida asistencia en el salón de actos del Círculo de Artesanos de La Coruña, el presidente de Agli, presentó al conferenciante y resumió su libro utilizando una cita de Javier Orrico "“Educación y nacionalismo”, libro boicoteado en las librerías vascas y catalanas, es el relato de una pesadilla, de muchas cobardías, de cesiones y traiciones, de abandonos y errores que han abierto camino al movimiento nacional-socialista que hoy se enseñorea de los españoles, donde la confusión entre Lengua-Escuela-Pueblo-Partido-Nación ha hecho imposible la democracia". Ernesto Ladrón de Guevara fue desgranando las tropelías que el nacionalismo vasco está ejecutando desde hace ya muchos años para alcanzar la tercera fase, el pleno dominio de la sociedad, el estado totalitario donde las personas son clones perfectamente despojados de toda racionalidad y han sido convertidos en fervorosos creyentes del credo nacionalista, en la dictadura del miedo de los que aún piensan. Las mismas tropelías que todos los partidos sin excepción ejecutan en las regiones donde han conseguido iniciar o ya erradicar el idioma español, mediante la imposición lingüística, definiendo la lengua regional como "propia" y sometiendo a los ciudadanos español-hablantes a una ciudadanía de segunda clase, privados de sus derechos constitucionales en su vida cotidiana sin su idioma español, sin educación en su lengua materna. Ya en 1910, los nacionalistas habían establecido los planes para conseguir su objetivo de pleno dominio de la sociedad, aplicando un proceso descerebrador en tres etapas, en la primera, la etapa social, se pervierte el lenguaje, se adaptan los significados, y por medio de minorías políticas se toma posesión de la escuela, se doblega al profesorado que a su vez condiciona a los niños, y estos presionan y condicionan a sus padres, permeando poco a poco todos los niveles de la enseñanza, incluyendo la universidad y así constituye un entramado que les permite premiar a sus seguidores más fervientes; en la segunda, la etapa social, controlan totalmente los partidos políticos y con ellos los fondos públicos, los medios de comunicación, el empleo directo con su burocracia y empresas de servicios para los entes regionales, provinciales y locales e indirecto mediante su influencia en las empresas mediante ayudas, subvenciones y adjudicaciones dirigidas. Finalmente llegarán a la tercera etapa, al pleno dominio, al estado totalitario, con todos sus ciudadanos clonados con el credo nacionalista, algunos abandonados como NAS, No Asumibles por el Sistema, muchos en la diáspora, como los 4.000 profesores que ya se han visto obligados a abandonar el País vasco (y análogamente Cataluña, Galicia y demás regiones donde han establecido "lengua propia"). Esta evolución se ve claramente en la actualidad
mediante las estadísticas de afiliación del profesorado a los sindicatos:
desde 1987 a 2003, hay una tendencia imparable de trasvase desde los
sindicatos nacionales a los nacionalistas, y más amargamente en la
desaparición del modelo educativo en castellano y el aumento imparable del
modelo educativo de inmersión total en la "lengua propia", en contra de
todos los derechos legales y humanos y de los criterios científicos, con
el único objeto de castigar a la mayoría español-hablante (91% en Álava)
al fracaso escolar (15% de disglosias, afasias, etc.). Seguidamente, Cristina Losada dirigió el animadísimo coloquio, recordando que el deber de conocer la lengua propia ya pretendieron ponerlo en el estatuto de Galicia y fue tumbado por el Tribunal Constitucional, y con muchas preguntas, relacionadas con este proceso totalitario, para saber como defenderse, tanto a nivel individual (madres que ven como sus hijos son obligados a estudiar en una lengua que no es la suya), como a nivel colectivo (formación de grupos políticos para la defensa de los derechos constitucionales y apoyo mutuo de las asociaciones cívicas), como la defensa contra el goteo constante de la presión nacionalista, que ha provocado que algunos ya piensen que es obligatorio que la mayoría que cumple el deber constitucional de conocer el idioma español deba doblegarse ante los que no lo cumplen y todo el mundo, especialmente los funcionarios, deba pasar el filtro de la lengua propia, creando una barrera a la libre circulación de las ideas y personas. Finalizado el acto, y hasta que se acabaron las existencias, el autor firmó dedicatorias, y seguidamente, acompañado de algunos socios y simpatizantes de AGLI, se reunieron en animada cena en un panorámico restaurante de las cercanías."
Educación y pluralidad de
lenguas.
El Ruido de las Nueces . LA RELACIÓN SECRETA ENTRE
ETA y PNV Gurruchaga y San Sebastián analizan las íntimas relaciones del PNV y ETA utilizando documentación judicial. Los libros-reportaje sobre temas de actualidad política escritos por periodistas se mueven dentro de fronteras imprecisas: aunque no ofrezcan por lo general el rigor académico en el manejo de las fuentes, la verificación de las informaciones y la plausibilidad de las conjeturas que sería imprescindible para formar parte de esa historia del presente bautizada por Timothy Garton Ash como disciplina autónoma, la cercanía a los hechos, la inmediatez temporal y la agilidad expositiva les confieren un aire atrayente. El árbol y las nueces es una buena muestra de esa combinación de rasgos: Carmen Gurruchaga, informadora sobre el terreno durante muchos años de la situación vasca, e Isabel San Sebastián, contundente opinadora sobre la materia, describen las relaciones secretas entre el PNV y ETA mediante la reproducción entrecomillada de documentación incautada judicialmente y las conclusiones de sus propias investigaciones. EL documento más impresionante -ya conocido en sus partes esenciales por anteriores publicaciones periodísticas- es el acta o memorándum redactado por uno de los asistentes a la reunión celebrada el 26 de marzo de 1991 entre una delegación del PNV formada por Xabier Arzalluz y Gorka Agirre y tres representantes de la coordinadora del nacionalismo radical: José Luis Elkoro (miembro de HB), Rafael Diez Usabiaga (secretario general del sindicato LAB) y Martin Garitano (redactor de Egin); dicho escrito sería requisado un año después en un registro judicial realizado en el domicilio de Diez Usabiaga. Aunque el documento no tenga en sí mismo valor de prueba judicial contra Arzalluz y el interesado se halla en condiciones de ofrecer argumentos en su descargo (desde la malevolencia intencionada o el sesgo inconsciente del redactor hasta la eventual manipulación policial del documento, pasando por su propósito maquiavélico de engañar a los interlocutores), algunas citas literales acreditan la existencia de una división del trabajo concertada entre los sectores radicales y moderados del nacionalismo vasco según la cual ETA movería el árbol mediante la violencia criminal y el PNV recogería las nueces a través de una negociación política condicionada siempre por el chantaje de las armas. También suscitan inquietud algunas actas -requisadas a un miembro de ETA en 1995- de las reuniones celebradas durante el verano de 1992 entre una delegación del PNV (formada por Joseba Egibar, Gorka Agirre y Juan Maria Ollora) y una representación del nacionalismo radical (constituida por Rufi Etxeberría, Floren Aóiz, Jon Idígoras e Íñigo Iruín). Las citas literales de algunos documentos internos de la Ertzaintza, que muestran cómo algunos mandos superiores de la policía autónoma -entre otros Iñaki Mureta- impartieron a los ertzainas consignas desmovilizadoras para estorbar o impedir la aplicación de la ley a los activistas de la kale borroka, parecen confirmar las palabras de Arzalluz transcritas en 1991 sobre el boicoteo político desde dentro a la acción policial contra los terroristas. El acuerdo secreto suscrito durante el verano de 1998 por el PNV y EA con ETA, publicado el 30 de abril de 1999 por Gara sin más desmentidos de los partidos que reparos puramente formales, confiere un ominoso sentido tanto a los textos reproducidos de manera literal como a otros documentos “inéditos” o “desconocidos hasta ahora” que las autoras han podido consultar en archivos no precisados. El libro describe algunos serios desacuerdos dentro del Gobierno a la hora de dar respuesta a la tregua temporal declarada el 16 de septiembre de 1998 por la banda terrorista tras su entendimiento clandestino con el nacionalismo moderado y el Pacto de Estella: frente a las posiciones aventureras defendidas por el asesor Arriola, preocupado tan sólo por las consecuencias electorales favorables para el PP, el presidente Aznar terminó apoyando las tesis del ministro Mayor Oreja, quien desde el primer momento calificó la tregua de trampa. Gurruchaga y San Sebastián también exponen el cómico papel de tonto útil desempeñado por el vicepresidente Cascos, seducido por Xabier Arzalluz mediante la gastronomía y la jardinería. El apresuramiento o la ligereza empañan de vez en cuando la fiabilidad del reportaje. Así, las autoras convierten imaginativamente a Felipe González y Alfonso Guerra en asilados políticos en Argelia durante el franquismo (página 51) o afirman a la vez que el ministro Corcuera no quiso (página 112) y no pudo (página 128) cesar a Rafael Vera. La fantasiosa versión dada por el capítulo final del libro de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el recurso de amparo de la Mesa Nacional de Herri Batasuna es hasta tal punto intoxicadora y carente de fundamento que arroja una molesta luz de sospecha sobre otras conjeturas anteriores.
«El árbol y las nueces» Mañana se presenta
de forma oficial el libro de las periodistas Carmen Gurruchaga e Isabel
San Sebastián, obra que lleva por título «El árbol y las nueces». Tengo
para mí que la principal aportación de las autoras no es el contenido
recogido a lo largo de más de trescientas páginas, sino la valentía de
revelarlo, editarlo, publicarlo y difundirlo. Naturalmente que la relación
«secreta» entre la organización Eta y los democristianos del PNV es más
pública que la que existe entre un cardenal y la Iglesia, pero habrá que
admitir que en estos momentos, en que sólo se habla de «pacificación» y de
«conflicto», es todo un desafío a lo políticamente correcto la utilización
de términos como «asesinato» o «terror». Otro mérito de esta obra es que
su contenido no pierde la rabiosa actualidad de siempre, a lo que hay que
añadir la agudeza, la destreza y la elegancia de las plumas de estas dos
veteranas y magníficas periodistas. El Ruido de las Nueces . LA
RELACIÓN SECRETA ENTRE ETA y PNV
El bucle melancólico Entre los numerosos elogios y diatribas que ha merecido El bucle melancólico, de Jon Juaristi, nadie parece haber advertido que se trata de un libro de crítica literaria. Es un indicio de lo poco serio que es considerado en nuestros días este género, al que un sentimiento generalizado considera distanciado para siempre de los grandes problemas, los que sólo son encarados ahora por las llamadas ciencias sociales (la historia, la antropología, la sociología, etcétera). Es un sentimiento justificado, por desgracia. Con honrosas pero escasas excepciones, la crítica literaria ha dejado de ser el hervidero de ideas y el vector central de la vida cultural que fue hasta los años cincuenta y sesenta, cuando empezó a ensimismarse y frivolizarse. Desde entonces se ha ido bifurcando en dos ramas que, aunque formalmente distintas, exhiben una idéntica vacuidad: una, académica, pseudocientífica, pretenciosa y a menudo ilegible, de charlatanes tipo Derrida, Julia Kristeva o el difunto Paul de Man, y la otra, periodística, ligera y efímera, que, cuando no es una mera extensión publicitaria de las casas editoriales, suele servir a los críticos para quedar bien con los amigos o tomarse mezquinos desquites con sus enemigos. No es raro por eso que, con la excepción acaso de Alemania, no haya, hoy, en los países occidentales, sociedad alguna donde la crítica literaria influya de manera decisiva en el quehacer cultural y sea una referencia obligada en el debate intelectual. Por eso, cuando aparece un libro como El bucle melancólico-Historias de nacionalistas vascos, que se sitúa en la mejor tradición de la crítica literaria, aquella que trata de desentrañar en la obra de poetas y prosistas lo que, a partir del placer estético que depara, agrega o resta a la vida, a la comprensión de la existencia, del fenómeno histórico y de la problemática social, nadie lo reconoce como lo que es, y se lo toma por "un ensayo psico-social" (así lo califica uno de sus detractores). A mí, desde las primeras páginas, el libro de Jon Juaristi me ha recordado a Patriotic Gore, el ensayo que uno de los más admirables críticos modernos, Edmond Wilson, dedicó a la literatura surgida en torno a la guerra civil norteamericana, un libro que leí, entusiasmado, en la hospitalaria British Library del Museo Británico. Entusiasmado pese a que, aunque todas las páginas de ese voluminoso libro me estimulaban intelectualmente, estaba seguro de que, salvo los de Ambrose Pierce y unos poquísimos autores más, no hubiera resistido la lectura de la inmensa mayoría de textos analizados por Wilson. Algo semejante me ha ocurrido con El bucle melancólico. Con la excepción de los de Unamuno, tengo la impresión de que la mayor parte de los poemas, canciones, ficciones, artículos, historias, memorias, que Jon Juaristi escudriña tienen escaso valor literario y no trascienden un horizonte localista. Sin embargo, la agudeza del crítico nos revela, como en Patriotic Gore, en la misma indigencia artística o la pobreza conceptual de aquellos textos, unos contenidos sentimentales, religiosos e ideológicos que resultan iluminadores sobre la razón de ser del nacionalismo en general y del terrorismo etarra en particular. Un crítico que sabe leer es capaz de sacar inmenso provecho de la mala literatura. Con ayuda de Freud, Jon Juaristi llama melancolía a la añoranza de algo que no existió, a un estado de ánimo de feroz nostalgia de algo ido, espléndido, que conjuga la felicidad con la justicia, la belleza con la verdad, la salud con la armonía: el paraíso perdido. Que éste nunca fuera una realidad concreta no es obstáculo para que los seres humanos, dotados de ese instrumento terrible, formidable, que es la imaginación, a fuerza de desear o necesitar que hubiese existido, terminen por fabricarlo. Para eso existe la ficción, una de cuyas manifestaciones más creativas ha sido hasta ahora la literatura: para poblar los vacíos de la vida con los fantasmas que la cobardía, la generosidad, el miedo o la imbecilidad de los hombres requieren para completar sus vidas. Esos fantasmas a los que la ficción inserta en la realidad pueden ser benignos, inocuos o malignos. Los nacionalismos pertenecen a esta última estirpe y a veces los más altos creadores contribuyen con su talento a este peligrosísimo embauque. Es el caso del gran poeta William Butler Yeats, que en su drama patriótico irlandés Cathleen ni Houliban (1902) inventó aquella imagen -de larga reverberación en las mitologías nacionalistas- de "la vieja que pasó llorando", personificación de la Patria, claro está, humillada y olvidada, esperando que sus hijos la rediman. Jon Juaristi consagra a esta imaginería patriotera uno de los más absorbentes capítulos de su libro. Con perspicacia y seguridad, Juaristi documenta el proceso de edificación de los mitos, rituales, liturgias, fantasías históricas, leyendas, delirios lingüísticos que sostienen al nacionalismo vasco, y su enquistamiento en una campana neumática solipsista, que le permite preservar aquella ficción intangible, inmunizada contra toda argumentación crítica o cotejo con la realidad. Las verdades que proclama una ideología nacionalista no son racionales: son dogmas, actos de fe. Por eso, como hacen las iglesias, los nacionalistas no dialogan: descalifican, excomulgan y condenan. Es natural que, a diferencia de lo que ocurre con la democracia, el socialismo, el comunismo, el liberalismo o el anarquismo, el nacionalismo no haya producido un solo pensador, o tratado o filosofía, de dimensión universal. Porque el nacionalismo tiene que ver mucho más con el instinto y la pasión que con la inteligencia y su fuerza no está en las ideas sino en las creencias y los mitos. Por eso, como prueba el libro de Jon Juaristi, el nacionalismo se halla más cerca de la literatura y de la religión que de la filosofía o la ciencia política, y para entenderlo pueden ser más útiles los poemas, ficciones y hasta las gramáticas, que los estudios históricos y sociológicos. Él lo dice así: "Creo que hay que empezar a tomarse en serio tanto las historias de los nacionalistas, por muy estúpidas que se nos antojen, como sus exigencias de inteligibilidad autoexplicativa, porque tales son las formas en que el nacionalismo se perpetúa y crece". Que la ideología nacionalista está, en lo esencial, desasida de la realidad objetiva, no significa, claro está, que no sirvan para atizar la hoguera que ella enciende, los agravios, injusticias y frustraciones de que es víctima una sociedad. Sin embargo, leyendo El bucle melancólico se llega a la angustiosa conclusión de que, aún si el país vasco no hubiera sido objeto, en el pasado, sobre todo durante el régimen de Franco, de vejaciones y prohibiciones intolerables contra el eusquera y las tradiciones locales, la semilla nacionalista hubiera germinado también, porque la tierra en que ella cae y los abonos que la hacen crecer no son de este mundo concreto. Sólo existen, como los de las novelas y las leyendas, en la más recóndita subjetividad, y aparecen al conjuro de esa insatisfacción y rechazo de lo existente que Juaristi llama melancolía. Por su entraña constitutivamente irracional deriva con facilidad hacia la violencia más extrema y, como ha ocurrido con ETA en España, llega a cometer los crímenes más abominables en nombre de su ideal. Ahora bien, que haya partidos nacionalistas moderados, pacíficos, y militantes nacionalistas de impecable vocación democrática, que se empeñan en actuar dentro de la ley y el sentido común, no modifica en nada el hecho incontrovertible de que, si es coherente consigo mismo, todo nacionalismo, llevando hasta las últimas consecuencias los principios y fundamentos que constituyen su razón de ser, desemboca tarde o temprano en prácticas intolerantes y discriminatorias, y en un abierto o solapado racismo. No tiene escapatoria: como esa 'nación' homogénea, cultural y étnica, y a veces religiosa, nunca ha existido -y si alguna vez existió ha desaparecido por completo en el curso de la historia-, está obligado a crearla, a imponerla en la realidad, y la única manera de conseguirlo es la fuerza. Se equivocan quienes suponen que este libro sólo tiene interés para quienes están interesados en el problema vasco. La verdad es que muchos de los mecanismos psicológicos y culturales que él describe como fuentes del nacionalismo resultan esclarecedores para un fenómeno que, por debajo de las diferencias de tiempo y espacio, es -y me temo mucho lo será cada vez más en el siglo que viene- universal. A mí me ha impresionado descubrir en el libro de Juaristi muchas coincidencias con las conclusiones a que llegué, analizando el fenómeno del indigenismo andino a partir de la obra de José María Arguedas, en La utopía arcaica: la misma invención de un pasado impoluto, con la greda del arte y la literatura, que acaba por tomar cuerpo y operar sobre la realidad, imponiendo sus mitos y fantasías sobre las verdades históricas. Pocos libros como éste explican, con ejemplos vivos, cómo y por qué nacen, y a qué abismos conducen, los nacionalismos. Para escribirlo se necesitaba no sólo talento y rigor. También, mucha fuerza moral y coraje. De sus páginas deduzco que Jon Juaristi vivió en carne propia, desde la cuna y en el medio familiar, primero, y luego como militante, la tragicomedia etarra. Y que, como muchos otros compañeros de generación, fue capaz de tomar luego distancia y emanciparse de aquella enajenación, que, ahora, pone al descubierto en este libro admirable. © Mario Vargas Llosa, 1998. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pais, SA, 1998. JAUNGOICOA ETA FORUAC José Luis De La Granja Sainz. Babelia, El País 28 Agosto 1999 El carlismo y el nacionalismo son dos ideologías y movimientos políticos cruciales en la España contemporáea, que han atraído poderosamente la atención de los historiadores en los tres últimos decenios, dando lugar a polémicas y controversias. Si esto parece lógico en el caso de los nacionalismos por su complejidad y su creciente influencia política, resulta sorprendente que el carlismo (ya extinguido, salvo pequeños rescoldos en Navarra) siga suscitando interpretaciones antagónicas entre los historiadores actuales. De ahí la necesidad de recurrir a sus propios documentos, que a veces clarifican más su naturaleza que las obras de algunos estudiosos. Y lo mismo es aplicable también a los diversos movimientos nacionalistas. En los últimos años, la Universidad del País Vasco está publicando una serie de "textos clásicos del pensamiento politico y social en el País Vasco". Si los cuatro primeros volúmenes se han referido a la edad moderna y a los albores de la contemporánea y se han centrado en el fuerismo, el quinto y el sexto, que acaban de aparecer, conciernen al carlismo y al nacionalismo, vinculados entre sí desde fmales del siglo XIX hasta la II República. Jaungocoa eta foruac (Dios y fueros) es una recopilación de nueve folletos de politicos carlistas vasconavarros, publicados entre la revolución de 1868, que destronó a Isabel II, y el inicio de la última guerra carlista en 1872. Sobresalen los escritos por el novelista Francisco Navarro Villoslada (La España y Carlos VII), el canónigo Vicente Manterola (Don Carlos o el petróleo) y el jurista Arístides de Artiñano (Jaungoicoa eta foruac. La causa vascongada ante la revolución española). Precisamente, la condena furibunda de la revolución y la democracia en la España del sexenio (1868-1874) es el común denominador de estos folletos, junto con la defensa a ultranza de la religión, del orden social y de los fueros. Todo ello figura encarnado por el partido carlista y su pretendiente Carlos VII, cuya monarquía católica y tradicional se presenta como "la solución española" (Antonio Juan de Vildósola). La "intransigencia doctrinal" de estos dirigentes carlistas contribuyó a la "legitimación de la violencia", que culminó en seguida con la guerra civil de 1872-1876, tal y como señala el historiador Vicente Garmendia, conocido autor de La ideología carlista (1868-1876). En los orígenes del nacionalismo vasco(1984). Este catedrático de la Universidad de Burdeos concluye su interesante introducción con una reflexión muy oportuna: "Al leer estos folletos carlistas escritos hace bastante más de un siglo, se echa de ver (...) la extraña pervivencia y vitalidad de ciertas ideas. En los umbrales del tercer milenio muchas de aquellas ideas defendidas a machamartillo hace tanto tiempo particularmente por algunos de los espíritus más retrógrados de la sociedad vasca de entonces, y repetidas incansablemente año tras año, siguen efectivamente muy lozanas, a pesar del tiempo, en ciertos sectores de la opinión vasca".
El chimbo expiatorio German Yanke El País 6 Marzo 1999 Leo que el eje de El chimbo expiatorio es mostrar a Unamuno como uno de los responsables de la aparición del nacionalismo vasco. «Casi tan responsable como Sabino Arana», dijo Jon Juaristi en la presentación del libro. Claro que también he podido leer que gira sobre cuestiones ya planteadas en El bucle melancólico, publicado en 1997 con indudable y merecido éxito. Pero, puestos a leerlo todo, unos cuantos centenares de ciudadanos leímos El chimbo expiatorio hace algo más de cuatro años, publicado en Bilbao por Ediciones El Tilo. Con lo que, al menos a primera vista, sería El bucle melancólico, en todo caso, el que abordara cuestiones más o menos tratadas en el anterior. De lo que no puedo dudar, claro, es de que Juaristi endosara la responsabilidad de la aparición del nacionalismo vasco a Unamuno. De todos modos, en las conclusiones de El chimbo expiatorio se puede leer algo que no es lo mismo: «Cuando Unamuno inventó el dialecto y el costumbrismo dialectal, estaba, involuntariamente, creando las condiciones culturales para la aparición de una conciencia nacionalista burguesa». Y, para encuadrar mejor las cosas, indica lo que significa «inventó»: «esto es, encontró». Lo anoto, no vaya a ser que, entre las frases más llamativas del acto literario y los comentaristas que se conforman con las solapas, crea alguien que Unamuno se inventó una jerga en la que, después y aunque fuera a su pesar, Sabino Arana escribió los textos fundacionales del nacionalismo. Lo que El chimbo expiatorio explica muy bien es el ambiente y las claves del Bilbao finisecular, una sociedad «plural sin pluralismo», confusa ante determinados elementos (económicos, sociales, urbanísticos, políticos...) que quebraban un pretendido orden. En ese caldo de cultivo surgen mitologías varias y dispares, todas ellas relatando una pérdida, entre las que están la nacionalista de Sabino Arana y la invención de un Bilbao «chiquito y liberal», que tampoco había existido tal y como se recreaba, en la que podemos encajar a Unamuno. ¿Encajar? La palabra se queda corta. Juaristi analiza detallada y documentalmente cómo Unamuno participa activamente en la aventura y se convierte en uno de sus principales promotores, y cómo su nostalgia se resiste a aceptar que «otros», que acaban de llegar, extendieran el acta de defunción de lo que había mitificado. Esos «otros» no eran sólo los maquetos, lo fueron también Arana y sus seguidores, con su extravagante —nunca mejor dicho— visión del pasado al que había que volver. Que no era, claro, el del Bilbao «chiquito y liberal». No extraña que Unamuno inventara, es decir, se encontrara, con un dialecto bilbaíno, mezcla de español en desuso, mal uso del vascuence y curiosidades heredadas en una sociedad pequeña, que se convierte en tal, en dialecto, cuando los bilbaínos deciden que es parte de su pretendida diferencia. Puede discutirse si ese dialecto es más o menos anecdótico, pero no otro detalle bien explicado por Juaristi. La mitología unamuniana es anterior a la de Arana y, lo quisieran o no ambos, puede convertirse, desquitándola de elementos esenciales, en una especie de planillo en el que el nacionalismo escribe su particular invento. Esto sí me parece el eje fundamental del libro, y constituye una interesante tesis que necesita más precisiones y distinciones, al libro me remito, que las que da de sí un titular de periódico o las posibilidades de un autor ingenioso presentando su propio libro. El Unamuno de El chimbo expiatorio es distinto al de El bucle melancólico y, sobre todo, al de El linaje de Aitor, por citar tres libros en los que Juaristi se empeña en desenmascarar mitologías. No es, sin embargo, un escándalo: Unamuno fue cambiante, entregado a llevar a sus ideas a las últimas consecuencias y, de pronto, aterrado ante el abismo al que le conducían, se reelaboraba a sí mismo reelaborándolas. Y Juaristi, que es bastante unamuniano, se encuentra, según el momento y las condiciones, con uno u otro. Lo apasionante es que, sea cual sea el Juaristi que analiza a Unamuno, sus libros guardan, junto a largas reflexiones y cierto aire provocativo, hermosa literatura.
El Español
en Cataluña: Una Lengua en Extinción"
El fracaso del
nacionalismo Alejandro
Muñoz-Alonso es un científico de la política. Escribe desde el análisis
riguroso. Expone sin apasionamiento. Hace ciencia. Es un hombre moderado,
sosegado, que no se altera. Está en la vanguardia de las ideas. No le
conmueven las provocaciones. No gesticula. No hace aspavientos. Su palabra
constituye, desde hace cuarenta años, un punto de referencia en la vida
española.
El idioma español en Cataluña (Situación regresiva en uso y enseñanza) González Ollé, Fernando. Boletín Informativo Fundación Juan March, nº I (237) y nº II (238). Madrid 1994. Artículos recogidos en el libro
El ocaso de los falsarios
El ocaso de los falsarios: argumentos para
desenmascarar al nacionalismo vasco. El último libro del político navarro Jaime Ignacio del Burgo denuncia los tópicos nacionalistas, descubriendo la falsedad histórica sobre la que se basa el discurso separatista vasco. Un nuevo libro de Jaime Ignacio del Burgo. Jaime Ignacio del Burgo es un político navarro al que la actual Navarra debe mucho. Sin su aportación a la actividad política durante la transición, junto a la de otros políticos como Jesús Aizpún, es posible que Navarra no disfrutara de su actual situación. Político en activo, autor de numerosos libros, experto en Derecho Foral navarro y articulista prolífico, nos ha sorprendido con este nuevo libro, en el mercado gracias a su hijo Jaime Arturo, impulsor de la nueva editorial Laocoonte. Espoleado por el ¡Basta ya! de la sociedad vasca, manifestado en el verano del 2000, quiere denunciar en este libro las falsedades de la propaganda nacionalista vasca, difundidas desde hace más de 100 años, especialmente a partir de Sabino Arana, al que descubrirá en algunos de sus textos más emblemáticos como una persona dogmática, intolerante y racista. La estructura del libro. El libro llega a las 196 páginas, de densa lectura y magnífica presentación. A la breve introducción le siguen seis capítulos. Arzallus o la reencarnación de Sabino Arana es el primero de ellos. El paralelismo es sugerente: etnocentrismo lindante con el racismo, radicalismo, verborrea exagerada, orígenes familiares, etc. Sin embargo, desconcierta que Sabino Arana fundara al final de sus días una Liga de Vascos Españolistas cuya intención era defender la autonomía vasca dentro de la unidad española. Su sinceridad es dudosa, pero es un hecho que los nacionalistas olvidan. Otra paradoja es que sus obras completas no se encuentran en las librerías; tal vez para evitar que su contenido evidencie la ideología real del fundador, sobre la que se sustenta el Partido Nacionalista Vasco. A lo largo de unas ocho páginas, el autor reproduce párrafos demoledores de Sabino Arana: en ellos reinventa la historia transformando pequeñas escaramuzas en gloriosas batallas medievales, se posiciona en contra de la Diputación Navarra al apoyar ésta con dinero la lucha española en Cuba, se distancia del carlismo por considerarlo movimiento español, ignora la estrecha relación de Vizcaya con Castilla (sólo estuvo vinculada a Navarra durante 58 años en total), manifiesta un feroz desprecio por los alaveses, etc. A continuación estudia muy detenidamente el papel de Arzallus en la génesis de la Constitución española y las tendencias internas del PNV de entonces, sus problemas con Carlos Garaicoechea, su control del partido desde la presidencia del EBB, sus famosos excesos verbales y las polémicas que protagoniza. El segundo capítulo reflexiona en torno al conflicto. Jaime Ignacio del Burgo reúne en estas páginas una serie de pensamientos en torno a la guerra civil, el papel del nacionalismo moderado y sus relaciones con ETA, la violencia de esa organización y las reacciones que ha provocado en el PNV. En las inevitables referencias históricas, recuerda que el PNV de Navarra, al inicio de la guerra civil, se adhirió al alzamiento por su ideología católica y fuerista. Otro episodio histórico que recuerda es la aceptación del Convenio de Vergara por parte de los batallones carlistas guipuzcoanos y vizcaínos, frente a la oposición de los navarros que lo sufrieron con fusilamientos. Nos recuerda también que buena parte de la oficialidad del ejército de la regente María Cristina era vasca y que muchos navarros ilustres eran liberales. En definitiva: la primera guerra carlista también enfrentó a navarros y vascos entre sí, como consecuencia de su condición de españoles. A raíz de ese enfrentamiento fue suprimido el régimen foral vasco, en parte por la intransigencia de los propios vascos. Por el contrario, el régimen foral navarro sobrevivió: mediante realistas negociaciones y fórmulas jurídicas cuyo fruto fue la ley paccionada de 16 de agosto de 1841. Pese a todo, en 1877, a las Vascongadas se les otorgaron los Conciertos Económicos de la mano de Cánovas. Destaca, por otra parte, el nacimiento de la sociedad "euskara" cuya intención era crear puentes con los vecinos vascos. Habla, también, de la conversión del navarro Arturo Campión al nacionalismo vasco. Es interesante recordar, por otra parte, que en 1871 la Diputación navarra consiguió que el proyecto de Constitución federal de la I República reconociera a Navarra como un estado específico distinto del formado por las Vascongadas. Estudia, también las diversas vicisitudes estatutarias de la II República, en particular el proyecto de Estatuto elaborado en Estella por la Sociedad de Estudios Vascos que Navarra no aceptó. La guerra civil, el franquismo, la Constitución y la constante ratificación en este complejo periplo histórico de una evidente voluntad de la mayoría de los navarros por su autonomía, pese a las maniobras y continuas presiones de nacionalistas vascos de todas las tendencias, son otros aspectos contemplados en este capítulo. También dedica un espacio a la Navarra de Ultrapuertos (la Baja Navarra), que durante 300 años formó parte de Navarra. Todo ese territorio, al que los nacionalistas llaman Iparralde, es claramente partidario de la permanencia en Francia. Es en este capítulo, largo y denso, donde nos recuerda el documento elaborado en 1986 por la Comisión Internacional sobre la violencia en el País Vasco, contratada por el propio Gobierno Vasco y cuyas recomendaciones señalaban el respeto al Estatuto, el rechazo de la violencia etarra con rotundidad, las ventajas del bilingüismo, etc. El vascuence ¿idioma tradicional o caballo de Troya?, es el capítulo que dedica el autor a reflexionar en torno a la situación pasada y presente del euskera. Tiene especial interés al recordar la realidad histórica del pueblo vasco. Cuando llegan los romanos, los vascones ocupaban un territorio parecido al de la actual Navarra. Las provincias vascongadas, por entonces, estaban pobladas por várdulos, caristios y autrigones, pueblos de estirpe celta, que fueron "vasconizados" por los navarros en torno al siglo V y VI de nuestra era. Lo demás son hipótesis y mitos.. El territorio vascón estaba adscrito al "convento jurídico" de Zaragoza, mientras que los otros citados dependían del de Clunia (Burgos): eran pueblos distintos, por lo tanto. Todos los testimonios indican que los vascones se acomodaron a la realidad del imperio, lo que explica la presencia de vascones en diversas legiones por toda la geografía romana, los numerosos hallazgos arqueológicos romanos en Navarra y la ausencia de guerras entre unos y otros. Otra novedad fundamental que acaece al término del imperio romano es la irrupción del cristianismo en Navarra. Con la invasión visigoda, los vascones se desplazan hacia el norte, "colonizando" a esas tribus celtas. Tudela fue musulmana durante 400 años, más tiempo que Toledo. Para defender al cristianismo se alza el reino de Pamplona, que dos siglos después pasa a llamarse de Navarra. Se trataba de una realidad plural integrada por pobladores navarros (vascoparlantes o no) y no navarros (no vascoparlantes). Así, el euskera no fue en ningún momento de esta época el idioma común de los navarros. Nos recuerda el autor, más adelante, que las famosas Glosas Emilianenses, primera manifestación del castellano, se redactaron cuando ese territorio riojano formaba parte de Navarra, de ahí que Menéndez Pidal concluyera que el monje autor de las mismas era navarro. Ese romance navarro es el idioma en el que se escribe el Fuero General (siglo XIII), adoptando el romance como lengua oficial 50 años antes que Castilla. De hecho, el romance navarro, el castellano y el aragonés, según las últimas investigaciones lingüísticas, eran la misma cosa. Años antes, la gesta de Roncesvalles había sido protagonizada por navarros, estando ausentes en ella los vascongados. Y pronto tanto Alava, como Vizcaya y Guipúzcoa pasaron a la obediencia castellana por propia voluntad y sin apenas resistencia. También estudia el papel político atribuido al euskera por uno de los ideólogos que más ha influido en ETA: Federico Krutzwig. Reflexiona, por otra parte, en torno a los esfuerzos realizados en la "normalización" y "recuperación" del euskera y sus ambigüedades. Rechaza que el euskera haya sido perseguido por romanos, castellanos, incluso, en el franquismo: es en los años 60 del pasado siglo XX cuando se crean numerosas ikastolas para estudiar en euskera. No hay que confundir, por tanto, represión del euskera con represión del nacionalismo vasco. En definitiva, el euskera es fundamental parta la construcción de la conciencia nacional de Euskal Herria. Ejemplifica lo absurdo de los planteamientos nacionalistas al respecto: así, cuando se llega a euskerizar históricos términos castellanos o franceses porque "suenan a euskera". Por último, estudia la Ley Foral de 1986 sobre el vascuence. El capítulo titulado la ofensiva nacionalista es un completo repaso a las maniobras de todo tipo realizadas, por los nacionalistas vascos, frente a la inequívoca voluntad de la inmensa mayoría de navarros por el autogobierno, refrendado en múltiples elecciones y en los diversos resultados electorales. Tales esfuerzos contrastan con la casi nula presencia de EA y PNV en Navarra, siendo más numerosa la de HB. Denuncia en estas páginas la nueva ofensiva nacionalista desatada a partir del Pacto de Lizarra. Defiende el Pacto de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra de 1982. Denuncia la falta de respeto a Navarra desde el Gobierno Vasco. Frente a ello, el informe de la Real Academia de la Historia de junio de 2000 es una buena base para el reforzamiento de la conciencia histórica de Navarra mediante una correcta enseñanza de la historia real. La rebelión de los demócratas, quinto capítulo del libro, repasa la historia reciente del país Vasco y sus protagonistas, todo ello condicionado por la extrema violencia de ETA y la ambigüedad de los "moderados": la destrucción de UCD, la consolidación del PP, la evolución de HB, PNV y EA hasta llegar a Estella y la Asamblea de Municipios Vascos, los conceptos de territorialidad y soberanía, y el llamado ámbito vasco de decisión. La ruptura de la llamada "tregua" y la feroz ofensiva del verano del 2000 ha devuelto la unidad de los demócratas, reflexiona, frente el progresivo aislamiento del PNV. Por último, el autor realiza algunas consideraciones en torno al papel de la Ertzaintza en la lucha antiterrorista, la kale borroka, las reformas penales en marcha, el pago del impuesto revolucionario, etc. Y, por último, el ocaso de los falsarios. Parte de la manifestación de 100.000 vascos realizada en San Sebastián el 23 de septiembre de 2000 bajo el lema de la plataforma ¡Basta ya! Nos recuerda que en Navarra sí se votó afirmativamente a la Constitución, dato que ocultan los nacionalistas. Reflexiona en torno al Estatuto, el respeto a las mayorías, las vías legales para la autodeterminación, el rechazo de la violencia, el papel de UPN, del Foro de Ermua, de Gesto por la Paz y el posible papel de un lendakari popular. La reincorporación de
Navarra a España. Con una extensión de nada menos que 40 páginas, lo dedica a las complejas circunstancias históricas que rodearon la incorporación de Navarra a España –o reincorporación según se considere- de la mano de Fernando el Católico. Nos proporciona mucho información referente a los problemas sucesorios, los pactos dinásticos, las fuerzas presentes en el panorama de la Navarra del momento, las luchas intestinas entre agramonteses y beaumonteses, etc. Resulta complicado, pero evidencia que también en torno a estos hechos los falsarios de la historia han tejido su particular modo de interpretar la realidad. En el desarrollo de las citadas tesis, es evidente la influencia del pensador tradicionalista navarro Víctor Pradera (rescatado del olvido por el profesor José Luis Orella Martínez, con su reciente obra Víctor Pradera; un católico en la vida pública de principios de siglo. BAC, Madrid 2000) y, en concreto, de su obra Fernando el Católico y los falsarios de la historia. Nacionalistas vascos, ciertos tradicionalistas jaimistas navarros y algunos historiadores, se han identificado con una interpretación simpatizante de la causa agramontesa, como si esa facción encarnara en su día la identidad navarra. Ello todavía se refleja hoy en un sentimiento anticastellano, incluso antiespañol, de cierta indiferencia en muchos casos, de algunos navarristas. Sin duda, esa mentalidad es caldo de cultivo del nacionalismo vasco. Fernando el Católico es reivindicado por Víctor Pradera y, en esta línea, Jaime Ignacio del Burgo expone esa adenda histórica de indudable interés. Desde esta perspectiva, la incorporación de Navarra a España fue legítima, tanto legal, como moralmente. Comentarios finales. Pero, pese a ello, sobre todo para los no navarros, proporciona un arsenal de datos y argumentos que desmitifican los lugares comunes presentados desde la ofensiva nacionalista a todos los niveles: históricos, culturales, políticos. También para los navarros, en muchos casos ignorantes de su propia historia, será oportunidad para tomar conciencia de su tradición cultural. Sin embargo, echamos de menos un espacio dedicado al papel –esencial- del cristianismo en la configuración de Navarra. Sin el cristianismo, la Navarra pasada y presente no puede entenderse. La tradición cultural e histórica de Navarra parte de la realidad del cristianismo, que generó un pueblo, una realidad viva y una creatividad a todos los niveles, que todavía hoy produce frutos indudables. Por otra parte, el autor, reconociéndole una indudable valentía al afirmar, por ejemplo, que el franquismo no persiguió al euskera y a la cultura vasca (afirmación políticamente incorrecta), no desarrolla el mismo sentido crítico ante otros aspectos de la realidad política y cultural actual. El actual estado del bienestar, del que Navarra hace gala, tan contradictorio con la tradición cristiana, no puede ser el modelo de sociedad para un heredero consciente de esa tradición cultural e histórica sobre la que se asienta.
Conflicto y problema
Jaime Ignacio del Burgo, en su reciente libro «El ocaso de los falsarios», lo ha expresado con mucha precisión: el conflicto es ETA, pero el problema es el nacionalismo vasco separatista, racista y xenófobo. ETA, con sus asesinatos, plantea una situación conflictiva para la convivencia en paz y en libertad, de solución fundamentalmente policial y represiva, que debería haber movilizado hace ya mucho tiempo a todos los que se reclaman enemigos de la banda. El problema surge cuando el PNV y su derivación EA abdican esta responsabilidad, y con sus hechos de inhibición irresponsable desmienten sus palabras de condena de ETA, en vista de que hay plena coincidencia en el objetivo separatista con los asesinos. Ahora todo esto se ve con más claridad porque Xabier Arzalluz, presidente del PNV, empieza a acomodar sus palabras a su conducta. Es claro que le gustaría la secesión de su imaginaria Euskadi sin tiros, pero no lo es menos que tiene que saber que eso es una pura quimera, porque la mayoría de los vascos no quiere la secesión, porque la mayoría aplastante de los navarros abomina de los planteamientos nacionalistas vascos, porque ni siquiera con sus ambigüedades el PNV llega a un tercio de los votos allí donde se presenta, porque en el territorio francés que reivindica el nacionalismo vasco esa pretensión es un absurdo político ridículo, porque los mecanismos que plantean para la secesión son enteramente antidemocráticos, y porque, al final, el PNV se apoya desde hace años en la sangre derramada por ETA, tanto si le gusta oír eso como si no. Cuando la comunidad internacional se echó encima de la Unión Soviética por la cruenta invasión de Afganistán, la réplica del Kremlin fue que no se habría derramado una gota de sangre si los afganos les hubieran dejado entrar sin resistirse. Hay modos y modos de lograr un objetivo sin sangre. Lo que ocurre es que no todos son democráticos. Y ése es el problema del PNV: que se ha instalado extramuros de la democracia.
El paraíso políglota
Las lenguas Al fascismo o, lo que es casi igual o peor, al cinismo de convertir la lengua de uso en lengua de cambio, que es lo que están haciendo los catalanes y los vascos. La mercancía cultural que empezaron exhibiendo como señal de identidad, ha pasado por tantas operaciones financieras, por tanta compraventa, se han cambiado palabras por otras cosas tan diversas -poder, votos, amistad, dinero, transferencias-, que ni los propios hablantes y hablistas de esta o la otra lengua peninsular se identifican ya con una guerra de ideas/palabras que en realidad controlan los políticos según su conveniencia personal, y a veces identificándose ellos mismos con toda una lengua y una literatura. Pero el mal se extiende y a León lo quieren llamar Lleón, con lo que imagino a mis ancestros «lleoneses» mudando de espanto en su olvido/recuerdo, perdiendo hasta la memoria cementerial de quiénes fueron en vida. Estos conservadores de momias idiomáticas son más bien profanadores de tumbas. Hemos pasado ya de la guerra de los idiomas a la guerra de los dialectos, y pronto estaremos en la movida de los casticismos. Lodares dice que algunas lenguas son albergue para analfabetos -también el castellano, en ciertos casos-, ya que muchos vascos y catalanes no conocen el idioma por el que luchan, y que han convertido apresuradamente en confalonero de reivindicaciones forales o crudamente peseteras. Sabino Arana tenía pensada su revolución nacionalista -una especie de carlismo sin aristocracia- para la Vasconia tradicional, agraria, rústica. Ya he escrito alguna vez que la aparición del industrialismo y el Gran Bilbao le dejaron en un pasmo, pues con eso no había contado. Y «eso» era Europa. En cuanto al caso de Cataluña, el más tratado en el libro por su entidad, el autor nos recuerda que, en la postguerra, no pocos catalanes de prestigio intelectual o político participaron gustosos en la represión del catalán en Barcelona, explicitando por otra parte el favoritismo de la alta burguesía hacia el castellano, que era para ellos «la lengua de los negocios», y además la lengua ganadora. Era y es. En los años cuarenta se llegó al fanatismo inverso de castellanizar el latín, en un viaje de vuelta, hasta que el Papa correspondiente mandó decir la misa en castellano a los curas y a los niños misarios o monaguillos, como lo fui yo. Hasta el latín fue sospechoso entonces, pues la represión franquista no era sólo fanática, sino que detrás de cada lengua veía el Poder una conjura antiespañola. Hoy, las lenguas periféricas no son ya signo ni secta ni estandarte: el lenguaje se ha quedado en mercancía, chalaneo, compraventa y riqueza averiada que los políticos pedáneos utilizan contra el centralismo de Castilla, que por otra parte tampoco existe. Y ahí están los quioscos de las Ramblas o Neguri, primavera impresa, eterna floración en castellano. ---------------------- Los
“procesos de normalización lingüística” afectan a más de 16 millones de
españoles. El paraíso políglota, que se publicará mañana, es un polémico
alegato contra ellos. Juan Ramón Lodares, doctor en Filología Hispánica
y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, afirma que la
construcción de una España plurilingüe responde al ideario del
tradicionalismo y que estos “procesos” son “aduanas lingüísticas” para
trazar fronteras humanas entre los españoles. EL PAÍS adelanta un
extracto del libro. Una idea política muy difundida actualmente es la de que España ha sido un país con un centralismo tan fuerte que ha ahogado durante siglos las legítimas aspiraciones a gobernarse de sus partes integrantes. Que esas partes han sufrido una asimilación castellanizadora y que han alcanzado, por fin, tras un largo camino reivindicativo lleno de sinsabores, sus anhelos reprimidos. Una de las pruebas, entre otras muchas, de dicho argumento radica precisamente en la difusión de la lengua española por doquier, puesta al servicio de una uniformación que, quienes no eran castellanos de raíz, por fuerza habían de sentir como una amenaza a sus modos de vida. Esta idea flota en el ambiente.
Es vox pópuli. Sin embargo, en mi opinión, ideas así son difíciles de
compartir. Muy al contrario, sí se puede compartir la idea de que la
centralización española genuina y efectiva fue invento de algunos
hombres de negocios de mediados del siglo XIX que duró lo que duraron
ellos: unos pocos años. Que fue, además, débil: dejó muestras
interesantes en instituciones económicas, proyectó un sistema de
educación para provecho de algunos, trazó varias líneas de ferrocarril;
lo poco que se hizo movilizó y aglutinó a un país inmóvil desde hacía
siglos, llevó a la gente de aquí para allá, la igualó un poco, dejó que
se conociese mejor y se tratase más. Pero esa corriente tuvo poca
fuerza. No arraigó porque en parte estuvo sujeta a las necesidades, muy
variables según épocas y circunstancias, de la periferia española. La
historia del centralismo podría contarse perfectamente al revés de como
la lleva el tópico: en vez de ser una monomanía del centro geográfico
peninsular por medir a todos según su rasero, era más bien una necesidad
de sus vecinos. Cuando lo era; o sea, a ratos. (...) Cuando en 1978 se discutía la
normativa lingüística constitucional hubo ideas para todos los gustos.
Las peticiones más extremas de división de territorios por lenguas
solían venir de los nacionalistas. Pero no eran patrimonio exclusivo
suyo, ni muchísimo menos. La nueva tradición era más amplia y andaba
también en los bancos de la izquierda. La tradición en España no tiene
un color político concreto. A Lluis Maria Xirinacs i Domenec, del Grupo
Mixto, se debe esta idea: “Las lenguas oficiales de la confederación
serán aquellas que sean oficiales en cada uno de los Estados. Ningún
ciudadano está obligado a conocer otra lengua que aquella que determine
su Constitución nacional”. Da toda la impresión de que don Lluis Maria
estaba imaginándose la Balcania Ibérica. En realidad, de lo que se
trataba era de promover la construcción de una España plurilingüe
genuina, sin lengua común posible, y que habitaba en la cabeza de más de
un sociolingüista de aquellos años, como sigue habitando todavía. Era —
y es — el ideario absoluto del tradicionalismo, el refinamiento máximo. En muy parecida línea estaban
los diputados de Minoría Catalana: “En los territorios autónomos de
España de lengua distinta al castellano cada estatuto de autonomía
determinará el carácter oficial exclusivo o transitoriamente cooficial
con el castellano de la respectiva lengua”. Se añadía a renglón seguido
otro artículo por si no prosperaba el anterior: “Todos los residentes en
dichos territorios tienen el deber de conocer y el derecho de usar
aquellas lenguas”. Estos párrafos están jurídicamente muy bien pensados,
quiero decir que se redactan con la debida oscuridad, porque en España
no hay puramente “territorios autónomos de lengua distinta al
castellano”: hay más bien territorios donde, además del español, se
pueden oír otras lenguas, o viceversa. La idea del derecho a usarlas
está muy bien; el deber de conocerlas se entiende peor, porque si uno no
tiene necesidad de ello y no le interesa conocerlas, ¿por qué se le va a
obligar? ¿Para qué? Una lengua no se aprende por obligación ni por
mandato legal, se aprende por necesidad o interés. Había quien iba más lejos en
sus enmiendas. Los socialistas aragoneses pedían el reconocimiento
oficial de modalidades lingüísticas locales, habladas en su absoluta
pureza por algunos ancianos de la tribu, gente venerable, sin duda
alguna, tal vez con más de cien primaveras a sus espaldas vividas todas
ellas en sus comarcas pirenaicas. Se trataba de hablas dialectales sin
ortografía común, sin gramática, sin vocabulario culto, sin literatura
digna de tal nombre, pero que, para los socialistas de entonces, podían
y debían ser lenguas de gobierno. Ignoro qué ni a quiénes iban a
gobernar con ellas. Tal vez esto era lo de menos. Vistas las ideas que se
barajaban por aquellos años, todo indica que el compromiso al que se
llegó en la redacción definitiva del texto constitucional evitaba la
parcelación lingüística que el tradicionalismo acérrimo quería conseguir
desde un principio. Se respetó el español, nominalmente castellano, con
el imperativo de que todo ciudadano debía saberlo. Lo que no obstaba
para que en los respectivos estatutos pudieran avanzarse leyes
destinadas a recortar las atribuciones de la lengua común hasta donde
los poderes autónomos entendieran que era conveniente. La Constitución
del 78 era en esto ambigua — porque el problema de las lenguas de España
no era tan importante —, pero lo que en ella se decía al respecto dejaba
amplio margen para el sentido común. Ante un texto constitucional que
apelaba a asuntos mucho más trascendentales, no se iban a examinar estos
artículos concretos con lupa. Por curioso que parezca, toda la discusión de lenguas entre sus señorías, con sus refinamientos bizantinos, sus alambicamientos jurídicos, sus dimes y diretes, se llevaba a cabo en uno de los países con más analfabetos de Europa y con mayor numero de gente ayuna de cualquier tipo de instrucción en pleno 1978. Esto, en la lengua común, pues si se entrara en el analfabetismo de las particulares los números darían vértigo. Éramos como el maestro Ciruela, no sabíamos leer y pusimos escuela. Se estaba reconstituyendo un país políglota para uso y disfrute de analfabetos. Nada tiene de particular, por otra parte: como habrá ocasión de ver, en la historia de España la conservación de lenguas particulares está ligada a la conservación de analfabetos generales en todo el dominio nacional. Son dos caras de la misma moneda y no se entiende un fenómeno sin otro. Incluso si se considerara muy
fríamente, parte de lo que se hizo desde el 78 en adelante fue una
especie de glorificación del analfabetismo patrio. Se declararon bienes
de interés cultural, respetables y dignos de protección, se consideraron
aptos para la administración y el gobierno idiomas en los que muy pocos
ciudadanos (a veces, menos que pocos) podían entenderse, leer ni
escribir. Esto, independientemente de que a muchos no les interesara
gran cosa el nuevo bien porque ya se apañaban con el español de toda la
vida, lengua de menor raigambre cultural, sin duda, pero mucho más
práctica. Lo que algunos se disponían a
recuperar — interpretando a su modo las inevitables ramificaciones
legales y las imprecisiones a las que irremediablemente daba lugar el
mandato constitucional — fue una gloriosa particularidad española que
algunos creíamos afortunadamente olvidada: la posibilidad de trazar
fronteras humanas entre los españoles, de cerrar espacios a la libre y
fácil circulación de ciudadanos levantando por aquí y por allá aduanas
lingüísticas. La posibilidad de diferenciamos según procedencia
regional, de obligarnos a lealtades idiomáticas, de inaugurar un régimen
de servilismo, esta vez a unas particularidades culturales cuando se
habían acabado otras servidumbres. Un enriquecimiento sin precedentes,
desde luego, que le debemos al nuevo tradicionalismo. Con todo, nos
hemos empobrecido. Hace muchos años, campesinos gallegos, catalanes,
vascos, navarros, levantinos, baleares, leoneses, asturianos,
aragoneses, incluso algunas gentes del campo zamorano, extremeño,
andaluz o murciano hablaban español mal, muy mal, si es que algunos de
ellos lo necesitaban alguna vez en sus vidas. Hasta recuperar esta
riqueza genuina nos queda mucha tarea por delante. Las leyes destinadas a recortar
las alas de la lengua común — que en ocasiones se aplican como meros
instrumentos de control social — no han levantado mayor escándalo
público, acaso ciertas polémicas y la indignación de algunos
particulares y asociaciones, tachados rápidamente de fachas y
retrógrados, por lo mismo humillados, amenazados, perseguidos, apaleados
y hasta tiroteados. Pero la opinión pública ha asistido a su
promulgación con complacencia, incluso con la satisfacción del deber
cumplido, con el convencimiento de que así se estaban reparando
injusticias seculares cometidas en nombre del español y a su costa. De modo que hasta el Tribunal
Constitucional, que ya es decir, entendía hace pocos años, al considerar
la constitucionalidad de la Ley de Normalización Lingüística de
Cataluña, que de la lectura de lo que la Constitución dice sobre las
lenguas de España no se genera un pretendido derecho a recibir las
enseñanzas “únicamente en castellano” allí donde éste contacte con lo
particular. Entendía asimismo —para el caso concreto de Cataluña - que
“aunque no exista el derecho a la libre opción de lengua vehicular de la
enseñanza”, eso no deja gravemente desamparado al ciudadano. Salvo dos
magistrados que votaron en contra de tales interpretaciones, ésa era y
es la doctrina constitucional. Hasta aquí ha llegado el nuevo
tradicionalismo lingüístico, es decir, hasta hacer que un Tribunal
Constitucional de hoy reconozca, casi unánimemente, que la comunidad de
lengua pueda tener sus limitaciones en algunos territorios, que en éstos
se le imbuya al ciudadano el idioma declarado territorialmente propio,
aunque no sea propio, a veces, para un número muy notable de la
población (cuando no para su abierta mayoría, como es el caso del País
Vasco), y que en alguna parte de España no existe un derecho
fundamental, pero que tal carencia no es tan grave. Se daba a entender
que tampoco convenía mostrarse muy quisquillosos al respecto, pues los
nacionalistas catalanes habían amenazado con un conflicto civil si el
fallo constitucional no se plegaba a sus necesidades. A casi todos, este
asunto nos ha parecido fenomenal. Nos hemos ido mostrando a lo largo del
proceso, en palabras de Francisco Ayala, “aquiescentes, sumisos,
obsecuentes o acoquinados”. Quién sabe si porque para muchos no ha
habido otro remedio. Lo más curioso del caso es que
las pretensiones lingüísticas de este nuevo tradicionalismo que
disfrutamos están basadas, si no en una abierta mentira, sí en unas
verdades administradas con cuentagotas. La mayoría de los españoles
considera que, efectivamente, ha habido un trato injusto y vejatorio
para las lenguas minoritarias, un trato que se debe a la intromisión
castellanista más grosera. Aunque la realidad sea otra, aunque la
comunidad lingüística se haya conseguido, esencialmente, por necesidad e
interés, aunque en la disminución del catalán tras la posguerra hayan
intervenido señalados catalanohablantes que participaban, asimismo, en
el silenciamiento de otras gentes e ideas que se expresaban en español.
Aunque muchos vascos no hayan hablado nunca ninguna de las variedades
del euskera porque en sus pueblos se dejaron de hablar en el siglo XIII
(si no antes), o porque en ellos se gestó el castellano viejo. Aunque el
gallego en Galicia fuera algo propio de la gente de las aldeas, digno de
olvidar para el género urbano.., pues bien, a pesar de todo eso, el mito
de la desmesura castellana subsiste, se le buscan nebulosos antecedentes
en Felipe V o en Carlos III y consecuentes en Franco (como si lo más
grave que hubieran hecho el dictador y su capilla hubiera sido perseguir
lenguas en vez de perseguir hablantes). Además, la historia de esta
desmesura se vende con algún éxito fuera de nuestras fronteras. Pero no sé si el producto de la
venta nos favorece y nos deja en el lugar de los países civilizados
donde queremos estar. En un valioso libro dedicado a la lengua inglesa,
que ha sido celebrado entre el público anglohablante, se puede leer esto
que les traduzco a propósito de lo sensible que se vuelve alguna gente
cuando se le toca la fibra de las lenguas: “Hasta febrero de 1989, la
organización independentista vasca ETA (‘Patria Vasca y Libertad’) ha
cometido 672 asesinatos en pro de la soberanía cultural y lingüística
del pueblo vasco. Aunque nos repela la violencia, es comprensible el
resentimiento que puede aflorar en las minorías lingüísticas. En tiempos
de Franco uno podía ser detenido y encarcelado por hablar vasco”. Hasta aquí, la versión para el
extranjero. No sé quién propaga estas versiones. Debe tratarse de algún
idólatra de las lenguas. Considerado el asunto sin idolatrías, ¿qué
importancia puede tener una lengua en años cuando no importaba una vida?
Eran años lingüísticamente paradójicos, desde luego: había gente que
sólo sabia hablar español y era detenida y encarcelada por gente que
sabia hablar vasco o catalán. Incluso había vascohablantes y
catalanohablantes que, a su vez, detenían y encarcelaban a otros
vascohablantes y catalanohablantes. Era un régimen rarísimo,
verdaderamente. No se puede explicar de dónde salió, ni cómo se sostuvo. A mi juicio, el
éxito de estas medias verdades se produce en España porque en el recurso
a las diferencias lingüísticas culturales encuentra hoy el nuevo
tradicionalismo argumentos legitimadores mucho más aceptables para gente
liberal de los que podría hallar en otros campos en los que igualmente
se ha fijado ayer, pero sin curso posible en la actualidad sean las
diferencias biológicas o raciales (a las que siguen apelando algunos
integrantes del Partido Nacionalista Vasco), sean las diferencias
religiosas, sean las diferencias por costumbres, vestimenta, usos o
gustos, donde es muy difícil dividir, y pretender la dominación de la
ciudadanía, sin que cause risa. El resquicio
lingüístico, sin embargo, persiste. De su materia se labran auténticas
ruedas de molino con las que comulga, prácticamente, la parroquia
entera: casi todos se admiran cuando dice que un vasco genuino debe
tener tal tipo de cráneo y tal tipo de sangre. Pero escuchan con
naturalidad la idea de que un vasco genuino tiene que saber euskera o,
por lo menos, ponerse a estudiarlo con la mejor de las voluntades. Pues
bien, las dos ideas totalitarias, la racial y la lingüística, parten de
las mismas fuentes y, aún más, fluyen según épocas y modas en
descabelladas teorías, según las cuales esos vascos de pura raza, sangre
y lengua provienen de un nieto de Noé (el del diluvio), o del ancestro
Aitor (que es un invento hasta en el nombre que lleva), o han venido de
la Atlántida (que hoy está debajo del agua, pero ayer fue la patria
vasca primitiva). Sólo faltan ya los extraterrestres. Ni Noé, ni Aitor,
ni la Atlántida se llevan ahora (¿imaginan a un político nacionalista
diciendo algo así?); lo de la raza, casi tampoco. En cambio, lo de la
lengua se oye casi todos los días. Se exige... y se acepta, ¿por qué? No
encuentro otra explicación general para el caso que la que daba el
vascólogo Luis Michelena en el sentido de que los prejuicios y opiniones
erróneas de personas cultas son más numerosos y groseros en materia
lingüística que en cualquier otra disciplina. Esto es inapelable. El pensamiento
supersticioso que anima al nuevo tradicionalismo ha ido a alojarse ahora
en las lenguas, en las culturas, en la identidad y la razón
filológicas, cuando ya casi no cabe en ningún sitio (seguramente, a la
espera de ver dónde pueda alojarse mañana). Amparado en la aceptación
que encuentra en estas parcelas, y en la ignorancia general que existe
sobre ellas, actúa políticamente de acuerdo con estos principios de
error y prejuicio con beneplácito casi general. Quienes, sin embargo, no se han acogido a tal corriente tradicionalista, ni al tópico de las esencias e identidades, han tendido a pensar que las lenguas ni eran patrimonio natural o esencial, ni definían a ningún pueblo o cultura —conceptos éstos ya de por sí imposibles de definir - ni eran, ni son, una riqueza en sí mismas. Las lenguas estaban más bien sujetas a los avatares de la sociedad y a los intereses de la gente. De modo que si el interés de muchos que no lo dominaban pasaba por el español, había que facilitarles el tránsito hacia esa lengua y su dominio genuino, aunque en el viaje seguramente se perdieran otras formas de expresarse. La ciudadanía no estaba obligada a dar cada paso calculando si se traicionaba, o no, a la tradición y al abolengo. Nada estaba trazado por los siglos de los siglos según una herencia lingüística, cultural, foral, natural y divina que pesaba como una losa caída del cielo y con la que uno estaba identificado de la cuna a la sepultura. La realidad era que, en las lenguas, los vínculos económicos, el interés y la necesidad de entenderse, los asuntos materiales, en suma, pesaban más que aquellos lazos gaseosos trazados en el vacío por el espíritu, la naturaleza y la ley divina. Pero estas
corrientes apenas han tenido peso. Han sido más bien raras, como si
fueran poco españolas. Antiespañolas incluso. Traían en sí el germen de
una maldición que secaría los tuétanos del santuario tradicionalista y
agostaría su inmaculado paraíso políglota, una penitencia mucho peor que
la de Babel: una penitencia que consistía en entenderse. El tipismo, el
casticismo nacional al estilo castellano viejo, podía molestar a gente
como Larra, quien se despachó a gusto con él en sus artículos de
costumbres. Como el tipismo catalán podía molestar en su propia tierra a
Piferrer o a Manuel de Cabanyes, quienes se carcajeaban de la literatura
folclórica escrita en catalán. Como el tipismo gallego le podía parecer
simple paletería insufrible a Juan Sieiro hace ciento veinte años. Pero,
por lo general, nadie en la España decimonónica ha considerado el
tipismo como elemento erradicable en pro del interés común y nada ha
ocurrido digno de subrayar en la conjunción económica o política del
país que lo liquidara más allá de los rasgos de rusticidad muy visibles.
(...) Así que la
España lingüística que se nos presenta ahora como el colmo de la
modernidad, con sus cinco lenguas oficiales y sus otras muchas
variedades dignas de especial protección por los gobiernos autónomos que
así las declaran es, en esencia, una España antiquísima. (...) La
de los tradicionalistas revestidos ahora de nacionalismo. La de siempre.
Una España cuyas lenguas minoritarias se conservan no por una voluntad
colectiva, secular, democrática, de oponerse a la usurpadora presión
castellana en sus tierras, sino más bien porque ningún castellano, o muy
pocos, pasaron por ellas y porque no hubo ninguna organización de peso
que rompiera la tradicional foralidad de los reinos y facilitara que los
españoles sintieran mucha necesidad de entenderse. (...) Se entiende
bien que muchas personas miren con simpatía la centralización europea
que se avecina y estén dispuestas a entenderse en lenguas de esas con
las que te puedes mover entre millones y millones de gentes uniformadas
culturalmente, pero que se entusiasmen con esto los trazadores de
fronteras humanas que abundan en el mundo político e intelectual español
sí que es un tema digno de estudio. No le corresponde a este libro.
UN LIBRO MUY
SALUDABLE La lectura de
“EL PARAÍSO POLIGLOTA”(*) produce gratas sensaciones porque hay que
celebrar la aparición de opiniones sensatas y documentadas sobre la
absurda realidad en la España de las normalizaciones lingüísticas y sus
justificaciones teórico-históricas, tema que es objeto de preocupación
para muchos ciudadanos y también de perjuicios y discriminaciones
imposibles de conciliar con una democracia moderna. Se puede resumir el
análisis del Doctor Lodares diciendo que esta situación no
constituye novedad alguna, sino la manifiesta vigencia del
atraso histórico de la sociedad española y su carácter más emblemático:
el tradicionalismo, vocablo con el que designa la ideología y la praxis
conservadora, que se nutre del tejido social y a su vez lo colma de
prejuicios y sofismas; más aún, lo despoja astutamente de sus
deseos e intereses. La realidad social, la amplia bibliografía y la ya
dilatada experiencia sobre las prácticas “normalizadoras”, han
permitido la aparición de este libro, pero la responsabilidad de haberlo
hecho tan bien, es mérito exclusivo de su autor. El paraíso
políglota. Historias de lenguas en la España moderna contadas sin
prejuicios. Que la Consejería Vasca de Educación elimine solapadamente la enseñanza del español en los colegios públicos o que el rector de una universidad catalana, amparándose en la Ley de Normalización vigente, expediente a una profesora por entregar a los alumnos que así lo solicitan el texto de un examen en dicha lengua común vulnera derechos constitucionales que los nacionalistas de todo pelaje desprecian. Más grave resulta el silencio o la complicidad de los políticos sedicentemente progresistas ante estos desmanes. Uno de los aspectos más incómodos del ensayo de Lodares para la actual izquierda española consiste precisamente en devolver a ésta una memoria histórica de la que ha necesitado prescindir para lograr conchabarse con la dudosa progresía nacionalista: si los socialistas vascos del pasado fin de siglo se oponían a la enseñanza del eusquera o si la izquierda combatió en la constituyente de 1931 los proyectos de oficialización de las lenguas menores fue porque percibían con claridad tras semejantes propuestas los intereses de los sectores más reaccionarios de la sociedad española de la época. La miopía de la izquierda del presente habría escandalizado a Prieto, Azaña o Unamuno no tanto por su estupidez como por su oportunismo. Un oportunismo que, como recordaba hace poco Félix de Azúa, ya ha comenzado a tener consecuencias electorales. No las esperadas, sino las esperables en estos casos. Mark Kurlansky es un periodista americano al que hizo famoso una historia del tráfico del bacalao. Su último libro -The Basque History of the World (Londres, 1999)- comienza con el siguiente párrafo: "La primera vez que oí el idioma secreto, la antigua y prohibida lengua de los vascos, fue en el hotel Eskualduna de San Juan de Luz. Era en los primeros años setenta y Franco gobernaba todavía España como un dictador de los treinta. Yo estaba interesado en los vascos porque era periodista y ellos eran la única historia, los únicos españoles que resistían a Franco. Pero, aunque todavía hablaban su lengua, no lo hacían ante mí en la Vasconia española porque unas pocas frases en vasco habrían acarreado su detención. En la parte francesa de Vasconia, en San Juan de Luz, la gente hablaba vasco sólo en privado, o lo musitaba como si, a sólo unas pocas millas de la frontera, temiesen ser oídos al otro lado de ésta". Así se escribe la historia. A comienzos de los setenta yo recibía clases en eusquera en la universidad y escribía artículos en esa lengua para semanarios perfectamente legales. Cuando, finalmente, la policía franquista me detuvo, lo hizo por motivos muy distintos. Es más: intenté en vano encubrir ciertas reuniones clandestinas con la coartada de unas clases de lengua vasca, actividad que la policía del régimen consideraba por entonces inofensiva. Lo grave no es que los anglosajones consuman las tonterías de Kurlansky, sino que las últimas generaciones de escolares vascos hayan sido adoctrinadas con estas que Lodares llama "medias verdades", peores que las mentiras a secas, y que buena parte de sus coetáneos de otras regiones de España padezca la misma desinformación. Lo que nos está costando en partidas presupuestarias la destrucción sistemática y deliberada de la comunidad lingüística española en aras de la conservación del paraíso políglota no nos será reembolsado por los lectores de Kurlansky (el turismo lingüístico mueve menos capital que la industria del piano de manubrio). Si no al inglés -pues es lógico que los anglohablantes traten de defenderse de la competencia del español-, el ensayo de Lodares debería ser inmediatamente traducido al catalán, al vasco, al gallego y al bable. A ver si así se enteran.
El problema
lingüistico en Cataluña, Informe de una realidad
España en horas
bajas. La guerra de los nacionalismos.
Pedro Muñoz: "Los nacionalismos han declarado la
guerra al Estado" El escritor y adjunto al director de Estrella Digital, Pedro Muñoz asegura en su obra 'España en horas bajas', que los nacionalismos "han declarado la guerra al Estado" a través de una doble estrategia que incluye una "espiral de reivindicaciones inagotable" y, en algunos casos, "actuaciones terroristas". Muñoz, afirma que la "guerra" de los nacionalismos comenzó, paradójicamente, tras la aprobación de la Constitución de 1978 y la apertura de "horizontes nuevos" y de capacidades de autogobierno superiores a las de cualquier región de Europa. Tras una primera fase más moderada, la ofensiva, según asegura el autor, se recrudeció a mediados de los ochenta a través de una doble estrategia: por un lado "una espiral de reivindicaciones frente al Estado permanente, inagotable y cansina por parte del nacionalismo moderado y, paralelamente, una guerra real de atentados y agresiones por parte del nacionalismo radical". En uno de los capítulos de su libro, que el autor define como una combinación de "crónica periodística aunada con investigación histórica", Muñoz describe el "cordón umbilical" que une a nacionalistas moderados y violentos, que coinciden en sus fines -independencia y soberanismo- y una misma raíz, que en el caso vasco es la ideología de Sabino Arana. "El Estado
volverá a adquirir Para el autor, el hecho de que el nacionalismo catalán no haya estado acompañado de fenómenos terroristas "tiene que ver con la historia y el carácter de la gente, y en eso tiene razón en parte Xabier Arzalluz". "Lo del 'seny' catalán -asegura Muñoz- es verdad y siempre han tenido un carácter muy pactista". Otras de las razones por las que el terrorismo no cuajó en Cataluña es el compromiso decidido de todos, "incluidos los líderes independentistas", contra la violencia. A través de esta obra Muñoz pretende "descubrir la verdad del nacionalismo", desvelando "sus mentiras", para "ayudarle a prosperar en el Estado de las Autonomías" porque con la Constitución actual todo es posible, incluso las aspiraciones independentistas, pero no "mediante mentiras, trampas y atentados". Pedro Muñoz teme
que haya una radicalización En su opinión, el "acoso" al que los nacionalistas someten al resto de España está creando un gran "cansancio" que no cree que esté cristalizando en un renacimiento del "nacionalismo españolista", que sería "tan perjudicial como cualquier otro". Tras analizar durante años el fenómeno de los nacionalismos españoles, en especial el catalán y el vasco, Muñoz "quisiera" ver el futuro "desde la recuperación por parte de los nacionalismos de la normativa constitucional, porque esta permite todo", pero teme que haya una radicalización cada vez mayor y que la espiral reivindicativa no tengan fin. Como ejemplo del paso a posiciones más radicales señaló que Jordi Pujol, "que ha dado la imagen de hombre sosegado y serio", ha pasado en unos años "de reivindicar el 'hecho diferencial' a la nacionalidad'; ahora pugna por la 'nación' y recientemente ya se ha pronunciado por 'Estado catalán'". En su opinión, el Estado "volverá a adquirir una cierta trascendencia y una cierta entidad" si los gobiernos dirigidos porel PP y el PSOE adquieren o recuperan un mínimo de sensibilidad nacional, "el mismo que tienen Chirac, Clinton o Jospin".
España
y los nacionalismos
ESPAÑA NO ES UNA
CÁSCARA. Paradojas y miserias del nacionalismo victimista
Prólogo de Eugenio Trías Del prólogo de Eugenio Trías
Este no es un simple
alegato en contra de los nacionalismos; ni siquiera lo es en relación al
que más directamente le concierne (o nos concierne): el nacionalismo en su
forma de manifrstarse en Cataluña en estos últimos años. Es, más bien, un
correctivo y una advertencia a los modos habituales de combatirlo. Y un
esfuerzo serio por asumir algunos aspectos que el nacionalismo (o nuestro
nacionalismo más cercano) integra en su peculiar ideología, aunque
torciendo hacia sus propios meridianos intelectuales lo que, en principio,
podría concebírse de otro modo.
Con buen tino Ruiz Portella polemiza
con el marco ideológico desde el cual, a veces de modo impremeditado,
otras de manera plenamente consciente, se intenta combatir el nacionalismo
en su expresión más próxima (catalana). Polemiza decididamente con dos
orientaciones que desvirtúan, a su modo de ver, el peso de los argumentos
con que ese nacionalismo suele combatirse. Y en ello, creo, anda muy
acertado el autor de este texto en su diagnóstico. Cuestiona, en efecto,
el utilitarismo con que se asumen, de manera acrítica, temas tan sensibles
para todos como la lengua. Y asimismo el marco individualista mediante el
cual se intenta construir, de manera harto reductiva, cierta idea, por lo
demás irrenunciable, de ciudadanía.
Rebate, en primer lugar, la idea de
que la lengua sea un simple medio o instrumento de comunicación. La lengua
no es tal cosa. Es algo inherente a nuestra realidad, a nuestro «ser en el
mundo»; es una cualidad propia (como dirían los estoicos) que constituye
nuestro ser persona. La lengua es {...} desde luego comunicación; pero
sólo si se comprende que en esa comunicación tiene lugar la expresión más
genuina de lo que somos.
La lengua no sirve sólo,
instrumentalmente, para comunicarnos en la «era de la comunicación». Es,
sobre todo, un modo propio de expresión (erótica, poética, novelística,
filosófica). Y esto atañe a todas aquellas lenguas que nos conciernen en
nuestra sociedad (catalana) marcada por el bilingüísmo {...}
El error del nacionalismo no
consiste en insistir en lo local en la era de la globalización. Más bien
debe verse en ello su inexpugnable virtud. El error consiste en concebir
lo local de modo simple; o en no advertir la mediación e incidencia de esa
globalidad, a través de instancias intermedias, en esa misma localidad, de
manera que ésta comparezca en su verdad: como un lugar marcado por la
complejidad (en términos lingüísticos y en términos de pertenencia o de
conciencia de identidad).
Llevo insistiendo en que esa
articulación es más bien un sentir común; y no un lugar de necesario
conflicto {...} Se puede ser catalán y español sin demasiado problema (las
estadísticas muestran que eso es más bien la regla que la excepción). Y se
debería vivir en plenitud «en catalán» asumiendo, sin excesivo costo, esa
doble lengua que, según los casos, implica un predominio del catalán o del
castellano. Lo local lo es como lugar de complejidad; no de una esencia
simple que se define por exclusión de una sombra a la que se da el valor
de un chivo expiatorio.
El segundo punto cuestionado es el
individualismo. No somos individuos; simples átomos flotantes agregados
que formamos por pura asociación contractual una sociedad. Somos más bien
realidades complejas personalizadas, o personas, que componen una
comunidad que lo es no sólo de los vivientes; formamos comunidad con la
tierra y con la atmósfera, o con el aire que respiramos (como muy bien
señala Ruiz Portella); formamos asimismo comunidad entre los vivos y los
muertos. Obviar esto es equivocado. Magnificarlo es terrible. Lo primero
sucede en las ideologías abstractas liberales e individualistas. Lo
segundo es propio de los nacionalismos melancólicos.
Estamos ante una reflexión necesaria
que quiere profundizar en un debate que con excesiva frecuencia, se limita
a repetir grandes tópicos estériles por ambos frentes. El texto de Ruiz
Portella se esfuerza, y consigue, transcender esos tópicos (y el tedium
vitae que acaban produciendo). ¿Qué mueve al hombre
nacionalista,
a ese hombre que, por un lado, comulga con
los valores universales —razón, consumismo, utilitarismo,
productividad...— y que, por otro, se aferra con todas las fuerzas de su
ser a algo aparentemente irracional, a un trozo de tierra, a un pasado, a
una lengua?
El naufragio del pasado entre las aguas del
presente; la ruptura —dicho más concretamente— con lo que siempre había
significado la tradición, deja al hombre moderno irremediablemente solo,
desarraigado, perdido como rayo fugaz que surge y se desvanece en el
tiempo. Y ésta es precisamente la soledad que no conoce —que intenta no
conocer— el hombre nacionalista. Es éste el desarraigo frente al cual se
alza con todo su ser. Tal es su parado... y su grandeza: la de un hombre
que, profundamente imbuido de todos los valores de la modernidad, se lanza
sin embargo a la búsqueda insaciable de su pasado: un pasado que es
llevado a la palestra, actualizado en presente, reactivado en la
afirmación de la identidad nacional. Da igual que esta
rememoración del pasado sea imaginaria o real; o que constituya, más
probablemente, una mezcla de fantasía y realidad. No estamos contemplando
ahora el contenido —resentido o altanero— de lo que el hombre nacionalista
afirma respecto a la historia. Estamos contemplando lo que late por debajo
de semejante afirmación; es decir, este gesto mediante el cual se intenta
dar sentido a una comunidad de hombres anclados en el tiempo y el espacio;
este gesto con el que, buscando a tientas entre las sombras de la
historia, unos mortales —que como modernos que son se saben tales; es
decir, perecederos y fugaces— intentan de algún modo borrar la fugacidad,
hallar algo como una perennidad, entroncarse con quienes ya se fueron para
siempre, engarzarse en lo que éstos hicieron y fueron.
Semejante
entroncamiento tiene un nombre: nación. ¿Qué otra cosa significa
afirmarse, saberse miembro de una nación, sino sentirse unido a la
comunidad de los vivos y de los muertos que constituye la nación?
Lejos sin embargo de encontrar una especie
de símbolo o de «aliento» en el pasado, el hombre nacionalista descubre en
él la más sólida de las esencias patrias. He aquí —se dice— algo
consistente que oponer por fin a la falta de esencias que aqueja a la
modernidad: esa época en la que desaparecen los valores sagrados, las
instituciones arraigadas, las verdades inquebrantables. Ahí descubre el
hombre nacionalista algo que supera por fin la fragilidad tornadiza de los
tiempos, algo inalterable con lo que afirmarse y sustentarse.
El problema no
estriba tan sólo en esta afirmación de la nación y de la historia como una
sustancia inalterable. El problema radica sobre todo en que semejante
afirmación se realiza a través de una negación: para el hombre
nacionalista, afirmarse a sí mismo implica ipso facto negar al
otro. Ahí está el auténtico problema: no tanto en lo que el hombre
nacionalista afirma, cuanto en lo que, para afirmarse, niega. El problema
no está en la proclamación nacionalista de la identidad, sino en su
repudio altanero de la alteridad.
El problema,
concretamente hablando, no está en afirmarse como catalán, o como vasco, o
como gallego. El problema está en no poder —en no querer— afirmarse a la
vez como español.
Nuestro bienestar es inmenso, el mayor de
todos los tiempos. De estar, estamos de lo mejor. Pero ¿de ser?... ¿Qué
pasa con el ser? ¿En qué consiste, en que queda, en qué se diluye el ser
de las cosas, del mundo, de nosotros? ¿Qué somos? ¿Sólo somos, sólo
vivimos para producir, consumir y morir?... ¿Qué significa ser: ser
nosotros mismos: como individuos y como colectividad?
Una especie de vacío
se abre hoy ante semejante pregunta: un vacío tanto más angustioso cuanto
que nadie formula siquiera la pregunta. El vacío está ahí: y ante él se
alza, confuso y desesperado, el grito del hombre nacionalista de hoy.
Intenta llenar el abismo, ser algo, salvar su lengua, recrearla, amarla,
reivindicar los símbolos, mantener tensos los lazos que tejen el ser más
íntimo de una colectividad. Digámoslo sin retórica alguna, con total
sinceridad: ¿cómo no inclinarse con intensa emoción ante semejante gesto,
cómo no saludarlo hasta con esperanza? ¿Cómo no reconocer, por ejemplo, la
grandeza de esta sociedad catalana que ha rescatado de las cenizas una de
sus dos lenguas; esta sociedad que ha afirmado toda su especificidad
frente a la grisura de ese mundo globalizado en el que todo se uniformiza?
¿Cómo no
estremecerse de gozo ante el espectáculo, grandioso e insólito, de una
sociedad que, movida por semejante aliento colectivo, vibra y palpita en
torno a algo como la lengua?
Y, sin embargo, no.
El gozo se acaba pronto: tan pronto como constatamos que, para rescatar y
mimar a una de sus dos lenguas, esta misma sociedad catalana se siente
obligada —al igual que todas las demás sociedades de parecido signo— a
desdeñar su otra lengua, su otra identidad. Nadie, es cierto,
parece tener conciencia de ello, pero lo que en el fondo se debate hoy en
Cataluña es nada menos que esta cuestión: la posibilidad —la voluntad
también— de llevar a cabo (o no) algo que significaría una extraordinaria
creación, una auténtica innovación social-histórica: la consecución de una
auténtica sociedad bilingüe.
Todo está ahí para
conseguirlo, todo apunta a que sí, a que semejante milagro no constituye
ninguna utopía: es posible, es realizable..., si se quiere (en los dos
sentidos de la palabra querer: si se desea hacerlo y si se ama
aquello que se podría conseguir). ¿Cómo, en efecto, no sería posible que
el aire mismo de Cataluña estuviera tejido por sus dos lenguas, atravesado
por ellas en condiciones de igualdad? ¿Cómo no sería posible cuando
semejante aire es el que todos y cada uno de nosotros respiramos cada día?
Pero no lo quiere;
he ahí toda la dificultad. Lo que quiere la inmensa mayoría de la gente
genuinamente catalana es una especie de «bilingüísmo cojo», una situación
en la que el catalán fuera la lengua dominante, la única que latiera y
viviera auténticamente, por más que se siguiera usando el castellano en
aquellos ámbitos en que resulta inevitable usarlo.
¿Por qué reniega de España el hombre
nacionalista catalán (o el vasco)? ¿Qué sentido tiene hacerlo si lo que se
quiere es afirmar las raíces vascas o catalanas? ¿No salta a la vista que
tales raíces son simultáneamente españolas? ¿Por qué, en una palabra, todo
este delirio en pos de la unicidad cuando se tiene entre las manos la más
profunda dualidad?...
Sin duda porque algo
se opone visceralmente, en el ser profundo de los hombres, a que éstos
asuman la dualidad. Sin duda porque el imperio de lo Uno siempre ha regido
la vida del hombre..., y aún más la del hombre-masa de hoy. Sin duda
porque el hombre teme los vértigos y recela de las alturas, rehuye lo
sinuoso, evita lo complejo, busca cobijo en lo plano, se conforta con lo
unívoco y se complace con lo sencillo.
Para decirlo con la
máxima concrecion: porque es infinitamente más cómodo y sencillo hablar
una lengua que expresarse en dos, reconocerse en una única identidad que
asumir simultáneamente dos.
Y puestos a elegir
una sola, se elige la más cercana, la más íntima, la más familiar. Todo el
espíritu del nacionalismo victimista de hoy está envuelto en la exaltación
de lo íntimo y familiar, de lo pequeño y recoleto.
Lo que pierde al hombre nacionalista no es
alzarse frente al uniforme gris del hombre globalizado. Lo que le pierde
es su maniqueísmo, su incapacidad de asumir a la vez dos cosas distintas.
O lo uno o lo otro, exclama desde lo hondo de su alma el hombre
nacionalista. O bien soy catalán (o vasco, o gallego), o bien soy español.
Y como nuestro hombre es afortunadamente catalán (o vasco, o gallego), la
conclusión cae entonces por su propio peso: el hombre nacionalista se
cierra ensimismado en su especificidad; todo su pasado y su presente
español queda deshecho, reducido a ese vínculo puramente externo que es la
pertenencia jurídico-política a un Estado. La vieja piel de toro queda
reducida, para él, a su mero pellejo. España se convierte en puro
envoltorio, mera cascara. ¿Es la sociedad una mera suma
de individuos?
Lo único que podría legitimar en la
práctica social las ansias separatistas del nacionalismo vasco o catalán,
es que tales ansias se correspondieran con la voluntad mayoritaria de la
población. Pero entonces resulta que no son las «raíces», la «tierra», la
«historia nacional», la «esencia patria» lo que legitima la reivindicación
nacionalista: es sólo el libre albedrío de los individuos. Es sólo porque
éstos así lo quieren (suponiendo que realmente lo quieran), es sólo porque
«les da la gana», por más que, para realizar tales ganas, tengan que
acabar con toda una tradición hecha de dualidad, por más que se vean
obligados a arrancar sus raíces, olvidar su historia, dejar de hablar —de
sentir y latir— en su otra lengua propia.
Si desde el punto de
vista de la decisión política, lo único pues que cuenta es la voluntad
libre y cambiante de los individuos, ¿resulta entonces que la sociedad
como tal carece de identidad propia? ¿Significa ello que la identidad
nacional no existe? ¿Habría que concluir que esta cosa a la que
denominamos nación es una entelequia, un embeleco, una palabra huera?
Y, sin embargo, no:
la nación existe. No somos meros individuos intercambiables unos con
otros; o si somos individuos, si existimos, sólo es en la medida en que
una lengua (dos, en ciertos casos), una colectividad, un aliento, un
pasado común nos envuelven y, sin ahogarnos, nos dan sentido. Afirmémoslo
pues con fuerza. Y afirmémoslo sobre todo aquellos a quienes el
enfrentamiento con los desvaríos nacionalistas nos puede a veces hacer
correr un riesgo: el de considerar que la idea misma de nación, de
colectividad, carece de sentido; el de pensar que toda sociedad se reduce
a una suma de individuos.
Si sometiera sus
verdaderas ansias, sus objetivos últimos, al veredicto de la mayoría, el
nacionalismo llevaría hoy por hoy las de perder. Y como es perfectamente
consciente de ello, resulta que no son sólo elevadas consideraciones
teoricas: son también burdas razones prácticas las que le impiden al
nacionalismo situar su fundamento en el único lugar en que lo podría
tener: en el libre albedrío, en la voluntad inmotivada de quienes
comparten sus creencias. Es también por eso por lo que el nacionalismo
busca su fundamento en una identidad nacional que, fantaseándola,
empequeñece, falsea y desvirtúa. Es también por eso por lo que establece
su asidero en la historia, en la tierra, en el suelo. Es también por eso
por lo que la «territorialidad» —la «lengua territorial»— es uno de sus
conceptos clave. Es también por eso por lo que antepone los derechos de la
tierra a los de los individuos.
No caigamos en su
trampa. Defendamos los derechos de los individuos. Pero no reduzcamos el
mundo a un mero aglomerado de individuos. Defendamos también la tierra.
Amparándose en esta
visión individualista del mundo, Alejo Vidal-Quadras [...] declaraba hace
algún tiempo: «Las lenguas no son valores esenciales, sino códigos de
comunicación; lo importante no es el código, sino lo que comunica [...]
Las lenguas no son territoriales. Las piedras, los árboles no hablan, las
que hablan son las personas».
Afirmar lo
contrario, pretender que la lengua si es un valor esencial, no un mero
código de comunicación; considerar, frente a la visión utilitaria del
mundo, que si hay una cosa denominada «tierra», «pasado», «comunidad»,
«aliento común» que modelado por los individuos que lo integran, los
trasciende y modela a su vez; afirmar semejante cosa, tal es la única
grandeza del nacionalismo contemporáneo.
Que no nos duelan
prendas en afirmarlo también desde las antípodas del nacionalismo. Las
piedras, los árboles, los ríos y mares de nuestra tierra —reconozcámoslo—
son otra cosa que este depósito de materia bruta del que el hombre
utilitario, como decía Heidegger, sólo usa y abusa a su antojo. El mundo,
tanto el natural como el que creamos, existe, tiene sentido en sí mismo;
sus cosas nos interpelan, acometen, hablan... No dejemos esta habla en
manos del hombre nacionalista: la va a diezmar aún más que el hombre de la
técnica.
Claro que hablan las
piedras, los árboles, las ciudades, el aire mismo que nos envuelve en
Cataluña: lo que sucede es que hablan a la vez en catalán y en español.
ESTADO DE
EXCEPCION: VIVIR CON MIEDO EN EUSKADI
Estado y nación en
Europa
Estudio Crítico de
la Nueva Ley del Catalán Iñaki Ezkerra Editorial Planeta
Euskadi, del sueño a la vergüenza. Guía útil del drama vasco
"Euskadi, del sueño a la esperanza pretende
ofrecer respuestas suficientes para contestar a las preguntas más
habituales sobre el drama vasco. No es un libro neutral ni políticamente
correcto. No considera que todas las ideas merezcan el mismo respeto, ni
que la mentira histórica y política sean aficiones inocentes, o que la
equidistancia o neutralidad entre víctimas y verdugos sea una opción
personal perfectamente legítima. Su intención es ayudar a comprender cómo,
cuándo y porqué el sueño de una Euskadi compartida por todos los vascos,
con independencia de su origen, lengua, ideas o identidad, se ha
convertido en motivo de dolor, muerte y persecución para miles de personas
dentro y fuera de Euskadi. el principal responsable de esayergüenza es sin
duda el terrorismo, pero también la tolerancia de la violencia y su empleo
perverso por falsos inocentes, incluyendo partidos, instituciones y grupos
que se dicen democráticos, como medio útil para acumular poder a costa del
sufrimiento ajeno.
Extranjeros en su
país Foro Babel, 1999 Acción Cultural Miguel de Cervantes.
Frente a la Gran Mentira,
Gente de Cervantes. Historia humana del idioma
español.
HISTORIA DEL CASTELLANO: El español se propagó por el mundo por ser una
lengua de frontera, según un experto Juan Ramón Lodares ha escrito un libro muy útil para todos aquellos que sintieron —sentimos— alguna vez un cierto complejo de culpa por la difusión que ha alcanzado el idioma español y la reducción que, en consecuencia, haya podido causar a otras lenguas. Ya constituyen un número notable los historiadores que se han dedicado en los últimos años a escribir obras didácticas que expliquen en sus justos términos la historia de España. Lodares, historiador de la lengua, se suma felizmente a ese grupo que tal vez consiga desmentir por fin las interpretaciones interesadas que se nos han presentado como verdades incontrovertibles, principalmente desde posturas nacionalistas vascas o catalanas. Gente de Cervantes nos habla de una lengua construida por los pueblos, y no dictada por los reyes. Con la amenidad y la ironía de Lodares vamos viendo que el español se construyó a menudo por los intereses de los comerciantes, la habilidad de los misioneros y la fuerza inexorable de la chiripa. Una peste duradera (como la que azotó periódicamente el litoral mediterráneo entre 1477 y1652 y redujo la circulación de personas y mercancias), el éxito de una feria de ganado o la tenacidad de un almirante genovés han hecho más por la distribución de las lenguas que cualquier decreto que animara a enseñar la gramática de Nebrija, entre otras razones porque ni había escuelas ni maestros: todavia en 1812, 94 de cada 100 españoles eran analfabetos. En nuestra nueva democracia, algunos han querido proyectar la sombra del franquismo a toda la historia de España, como si Franco hubiera sustituido al mismisimo Alfonso X El Sabio. Pero aquellos hombres de la espada estaban más ocupados en la pureza de estirpe (frente a moros y judíos), en la expansión del catolicismo y los honores guerreros que en establecer una lengua. Y si el español se asienta en América no se debe a una accion impenitente del Estado, como nos relata Lodares En unos tiempos en que no existía una televisión que impusiera modelos, cuando la LOGSE no se había inventado y las infraestructuras de comunicaciones masivas se limitaban al coche de San Femando (un poquito a pie, otro poquito andando), hicieron más por la difusión del castellano los emparejamientos mestizos o la ingente emigración espontánea del siglo XIX (unos veinte millones de españoles) que los decretos reales llegados en barco tras larga travesía. Y después, el propio deseo de aquellas naciones: cuando los paises de América empiezan a independizarse, viven allí unos 12 millones de personas, de los que sólo un tercio habla español. Ahora superan el 90%. Los datos que aporta Lodares nos hacen pensar que quizá dentro de dos siglos algún político nacionalista explique como hecho histórico que al Barcelona FC y al Athletic Club se les obligó siempre a jugar la Liga española. En efecto, la pretensión de que tanto Cataluña como el País Vasco tengan selecciones propias que compitan en el Mundial o la Eurocopa ha chocado con la negativa del poder central. Pero a nadie se le ha ocurrido pensar en un Barça que jugara un domingo tras otro contra el Espanyol ni en un Athletic que sólo se enfrentase al Alavés y a la Real Sociedad de San Sebastián, tal vez también a Osasuna. Así han sido siempre las cosas: el sentimiento de comunión catalana o vasca tal como haya podido existir a través de los siglos convivió con una integración en el resto de España, también lingüística. Ahora hay quien da a entender que el castellano entró en Cataluña de la mano de Franco, por la fuerza de las armas. Sin embargo, “en el proceso de concentración y difusión de grupos lingüísticos hay más oro que hierro”, como escribe Lodares. El mérito del autor de este libro reside en relacionar hechos que hasta ahora vivían aislados en la memoria colectiva, y en resultar tremendamente didáctico. Cuando se habla de la expansión del castellano, casi nadie tiene presente que la castellanización gallega (siglo XVIII), especialmente la del área litoral, no es obra propiamente de castellanos, sino de catalanes, leoneses y vascos, que acuden allí con sus compañías comerciales; o que la mayoria de los panfletos que justificaban ante el mundo la revuelta de Cataluña contra Felipe IV se redactaron en castellano; o que la mayor parte del español impreso que recorrió América, si procedía de España, había salido de alguna prensa catalana. Los impresores alemanes establecidos en Barcelona a partir de 1490 “publicaban en castellano con más frecuencia que en catalán, sencillamente porque vendían más” (la misma imprenta del monasterio de Montserrat se sumó a esa moda). Por su parte, el euskera no resistió heroicamente, sino que las tierras donde sobrevivió no despertaron gran interés comercial de otros pueblos, ni conducían a puertos de mar tan interesantes como los del Mediterráneo. Lodares escribe (y esta frase resume bien su estilo): “Si las lenguas tuvieran escudos como los tienen las naciones o los equipos de fútbol, en el de la española no figurarian ni un águila imperial ni un león rampante ni nada aparentemente noble: figuraria una simple oveja”. El idioma español creció y se asentó porque así lo decidieron sus hablantes. Y no por sentimentalismo, sino por lanas, por maravedíes, ducados o doblones, por rutas abiertas para el ganado, por el comercio del algodón. Por la mezcla de sangres, por los emigrantes pobres, por los navegantes acuciados. Una delicia de libro, éste de Lodares, para acabar con un complejo proyectado sobre nuestra lengua. Atrocidades hubo, pero ni fueron del idioma ni sucedieron por su causa. El
Mus, el Tute y el Guía Indio Si la condición exigible para
hablar con autoridad de los conflictos en el País Vasco es conocerlos
desde dentro por haber sido uno de sus principales actores, Mario Onaindía
cumple a la perfección ese requisito. Nacido en 1948, euskaldun desde su
infancia lekeitiana y estudiante en un seminario, ingresó en ETA apenas
pasada la adolescencia. Detenido y torturado en 1968 a raíz del asesinato
del comisario Manzanas, en diciembre de 1970 fue condenado a muerte por un
tribunal militar en el célebre juicio de Burgos, aunque la conmutación de
la pena capital por 30 años de reclusión mayor le permitió salvar la vida;
el extrañamiento primero - en vísperas de las primeras elecciones
democráticas - y la amnistía después - en octubre de 1977 - le
devolverían a la libertad y a la actividad política. Fundador de Euskadiko
Ezkerra, cuya relación con ETA político-militar era semejante a la de
Herri Batasuna con ETA militar, logró la disolución de la organización
armada y negoció - junto a Juan María Bandrés - con el ministro Rosón la
reinserción de sus miembros. Secretario general de Euskadiko Ezkerra hasta
su sustitución por Kepa Aulestia en 1985, apoyó su fusión con los
socialistas vascos a comienzos de los noventa. Parlamentario autonómico y
senador hasta su retirada de la vida pública activa hace un año, siempre
se ha resistido a ser un profesional de la política a tiempo completo: ha
publicado seis novelas en euskera, ha escrito guiones de cine y ha
colaborado en periódicos y revistas. A la busca de la salida al
laberinto vasco (un homenaje a Julio Caro Baroja), Onaindía se viste con
humor la indumentaria de los guías indios de las películas del Oeste,
equidistantes de los guerreras azules y de los pielrojas en pie de guerra.
Las bromas hermenéuticas le llevan más tarde a la comparación entre el mus
y el tute (dos juegos de cartas que el PNV impone a sus contrincantes
según cual sea el premio en disputa) para ilustrar la ambivalente
estrategia nacionalista en sus relaciones con el poder central. En el mus,
las cartas no importan demasiado: los jugadores se cruzan mensajes
cargados de significado y ganan o pierden una partida en función de su
capacidad para intimidar o para arrugarse con un órdago; en el tute, por
el contrario, sólo cuenta el valor de los naipes, que determinan casi al
ciento por ciento las posibilidades de triunfo o derrota. La política
nacionalista se mueve en los parámetros del mus: términos como soberanía,
ámbito de decisión o territorialidad forman parte de una jerga destinada
exclusivamente a crear sentimientos tribales de pertenencia. La política
europea se mueve, en cambio, en los parámetros del tute: las reglas son
claras, sólo cuentan los votos y el margen de maniobra es escaso. Todos
los vascos (incluidos los nacionalistas) juegan al tute en su vida
cotidiana y profesional; sólo los nacionalistas juegan al mus cuando hacen
política o hablan de ella: Pero este libro no es un estudio
de antropología o una introducción a la baraja, sino un ensayo cultural,
político y moral sobre el País Vasco. La ideología nacionalista ha
falseado con descaro la historia, desde el reinado de Sancho el Mayor y el
Señorío de Vizcaya hasta las guerras carlistas y la derogación del régimen
foral en la Restauración, a fin de suplantar el todo por una de sus partes
y de monopolizar la representación entera de una sociedad plural en
beneficio de un partido; el sectario proceso que llevó al PNV a imponer su
propia heráldica (la bandera, el himno, las fechas conmemorativas y hasta
el santoral) al conjunto de la comunidad, muestra cómo el nacionalismo se
apoderó de la nación mediante un audaz ejercicio de sinécdoque
político-ideológica. Los capítulos del libro dedicados
a la Vizcaya industrial y minera se ocupan del bizcaitarrismo en las
décadas finales del siglo XIX pero también de la gran burguesía de la
Neguri negra de la margen derecha y de las luchas obreras de la margen
izquierda. Si Sabino Arana y el PNV ocupan un amplio lugar en el relato de
aquellos años, no menos representativos de la época son Víctor Chávarri y
los empresarios de la Piña o los primeros dirigentes del socialismo vasco
Facundo Perezagua, Felipe Carretero, Indalecio Prieto y el eibarrés
Toribio Echeverría. Al estudiar el periodo posterior
a la guerra civil, Onaindía establece un paralelismo plutarquiano -
ayudado por la teoría del doble de René Girard - entre Arzalluz y
Garaikoetxea, cuyos enfrentamientos durante los años ochenta dentro del
nacionalismo moderado marcaron su evolución. También analiza con detalle
las tres etapas en que divide la historia de ETA (bajo el franquismo,
durante los primeros años de la transición y a partir de 1992) y describe
las esperanzas y las frustraciones asociadas al año y medio de tregua de
la banda terrorista. La Casa de Juntas de Guerníka sirve de escenario a
las reflexiones finales sobre la salida del laberinto hechas por este
admirable político y escritor que arriesgó su vida y su libertad durante
los tiempos difíciles del franquismo para defender principios y valores
que hoy sólo pueden y deben ser sostenidos mediante las vías pacíficas del
diálogo y la democracia.
Jaque al Virrey
La "normalización
lingüística", una anormalidad democrática, El caso gallego D: Manuel
Jardón nació en 1944 en una pequeña aldea del ayuntamiento de Villar de
Santos (Orense). Cursó sus estudios en Orense, Salamanca, Comillas y
Madrid, obteniendo el título de Licenciado en Filosofía. Este libro se puede considerar como la base intelectual de la Asociación Gallega para la Libertad de Idioma. En él que se analizan la realidad y la ficción sobre el tema de la normalización lingüística en Galicia. Es un libro absolutamente necesario, en el que se desmenuzan objetivamente las causas y circunstancias del "nacional-lingüismo" confesional imperante en nuestra comunidad autónoma. Sobre todo, es un libro valiente, en el que se afirma la libertad de la persona como valor esencial frente a los totalitarismos, de los que el lingüístico no es el menor. "En este libro se analiza la transición lingüística producida en Galicia con la puesta en marcha del Estatuto de Autonomía. Consta de tres partes; en la primera se describe la situación lingüística tradicional y la actual; en la segunda se explican las causas que promovieron el cambio de una a otra situación, principalmente la ideología nacionalista y la clase política, y se enuncian las razones de los "normalizadores"; y en la tercera se exponen la respuesta del autor en negativo (refutación de la posición "normalizadora") y en positivo (propuesta de una alternativa propia). Si bien se examina directamente el caso gallego, la argumentación tanto en contra como a favor de la llamada "normalización lingüística" es aplicable en la mayor parte de los casos a las demás Comunidades Autónomas con lengua "propia". La publicación de este libro es una exigencia democrática: apenas hay libros que recojan las resistencias, notablemente pronunciadas, a la implantación obligatoria de las lenguas autonómicas, lo que se explica por el tabú que hasta ahora ha rodeado el tema de las sacralizadas lenguas autonómicas. El autor distingue entre la bondad de las ideas y la de las personas. Por ello, aunque trata con dureza las ideas contrarias, se muestra respetuoso con las personas que las sustentan. Es el tono en el que hay que situar el debate lingüístico en nuestra jove democracia: mientras una de las partes en conflicto disfruta de cuantiosos medios institucionales, la otra parte apenas puede dejar oír su voz desde las catacumbas en las que se la mantiene encerrada" Otros comentarios al libro: Reportaje
El ciudadano trilingüe La consejera de Cultura y portavoz del Gobierno Vasco, María del Carmen Garmendia, aspira -según declaró hace unos días- a conseguir una comunidad de ciudadanos trilingües, cada uno de los cuales dominaría, además del eusquera y del español, una tercera lengua. Garmendia es una ciudadana trilingüe, que ha ejercido como profesora de enseñanza media en una ikastola y posee una titulación superior en sociolingüística por la Universidad de Estrasburgo. En rigor, la sociolingüística no es una ciencia, sino la aplicación más o menos disparatada de ciertas nociones sociológicas y lingüísticas a la ingeniería social. En sociedades como la vasca, brotan tantos sociolingüistas como margaritas en mayo, cada uno de ellos con su ideal de ciudadanía lingüística y sus fórmulas infalibles para alcanzarlo: es decir, con un proyecto descaradamente político, que implica en todos los casos ciertas presiones incómodas sobre determinados sectores de la población. En principio, todo ideal sociolingüístico es arbitrario. ¿Por qué tres lenguas en lugar de una, dos o cuatro o más, y por qué precisamente ésas?: la única justificación posible estriba en el capricho de la consejera, que desearía moldear los comportamientos lingüísticos de los ciudadanos vascos a su imagen y semejanza. No hay duda de que Garmendia está encantada de haberse conocido y, sin duda, no le faltan motivos, pero de ahí a que resulte razonable troquelar lingüísticamente a toda la población vasca según su propio modelo dista un trecho. Se preguntaba recientemente Victoria Camps cómo podía armonizar CiU sus principios liberales con su decidido intervencionismo en materia de normalización lingüística. El problema es viejo y no tiene más que una respuesta posible: la que le dio Manuel Jardón en el título de un clarificador estudio sobre el caso gallego: La 'normalización lingüística', una anormalidad democrática (Siglo XXI de España, 1993). En efecto, tales «normalizaciones» tienen un paradójico matiz de excepcionalidad política, porque implican discriminación entre los ciudadanos y, en consecuencia, suspensión del principio de isonomía, de igualdad de aquéllos ante la ley. Generalmente, los partidarios de la «normalización lingüística», que suelen ser los que viven de ella, aducen a esto que renunciar a imponerla equivale a aceptar sumisamente la imposición de otra «normalización»: la del Estado. Con independencia de que el propio enunciado de esta disyuntiva delate ya el sesgo nacionalista de los proyectos «normalizadores», cabe subrayar el hecho de que ningún promotor de los mismos ha mostrado jamás la mínima repugnancia ante la eventualidad de imponer sus soluciones, recurriendo a diversas formas de intimidación de la ciudadanía. En realidad, y esto vale tanto para el Estado como para los nacionalismos antiestatales, la única política lingüística democrática es la que deja en paz al ciudadano para que éste se exprese en la lengua que le apetezca. En otras palabras, la abstención de toda política en este ámbito. Existen otras políticas, pero no son democráticas. Con todo, cabe asimismo señalar que, para los nacionalismos, el ideal de ciudadanía lingüística no tiene por qué coincidir -y, en la práctica, nunca coincide- con el ideal de ciudadanía, a secas. Y, menos que en ningún otro nacionalismo, en el nacionalismo vasco. Por eso sería absurdo tomarse en serio las ensoñaciones de María del Carmen Garmendia (no pretendo frivolizar: es evidente que sus fantasías de sociolingüista titulada tendrán -ya están teniendo- serias consecuencias económicas y sociales). Ahora bien, cumplir con el requisito de trilingüismo que la referida consejera exige de su ciudadano vasco ideal no es condición suficiente, y sospecho que ni siquiera necesaria, para gozar del estatuto de ciudadanía plena en la Comunidad Autónoma Vasca; es decir, para que no le discutan a uno su derecho a vivir en el País Vasco y a ejercer en él su profesión o dedicarse al dolce far niente. Uno (y es mi caso) puede ser sobradamente trilingüe sin que ello suponga un reconocimiento de tales derechos. Mi lengua materna y paterna es el español hablado en Bilbao, pero aprendí el eusquera siendo muy joven, por mi cuenta y sin que mi aprendizaje le costara un duro al erario público. Lo hablo razonablemente bien e incluso he llegado a escribir algún libro en vascuence, lo que no me exime de la imputación de antivasco por parte de los nacionalistas en general y de enemigo del eusquera, por parte de los «normalizadores», en particular. Un ejemplo reciente de esto último es El libro negro del euskera, centón de supuestos ataques contra la lengua vasca que acaba de publicar el franciscano Joan Mari Torrealdai, presidente del Consejo de Administración de Egunkari, diario que se publica íntegramente en eusquera gracias a la generosísima subvención que le asigna el Gobierno de que forma parte la susodicha Garmendia. Prescindo, de momento, de las ocho páginas de sandeces que el autor de la recopilación incluye como prólogo. Cuando me toca el turno de aparecer como responsable de alguna bellaquería preferida contra la lengua sagrada de la tribu abertzale, se citan mis siguientes líneas: «Jamás tuve por cierto aquello del Espíritu, del Genio de los pueblos. Si escribo en español, no es por Volksgeist alguno que, en el albor de España, fluyera entre las barbas del Cid Campeador. Detesto sobre todo a la canalla rancia que hace, de esta cuestión, cuestión de patriotismo...». Y aquí termina el párrafo. Contra lo que podría parecer, no está extraído de ninguna entrevista ni artículo. Se trata de seis versos, insidiosamente prosificados por Torrealdai, de un poema perteneciente a mi libro Arte de marear (Hiperión, 1988), en el que trataba de explicar a una querida amiga -la escritora Fany Rubio- mis razones para usar del español como lengua literaria. No hay en dicho poema la menor mención al eusquera, pero en esta política de la mala fe auspiciada por la consejería de la sociolingüista Garmendia todo vale. El libro del franciscano, por supuesto, se ha editado con la subvención de su departamento, toda vez que contribuye a la estrategia «normalizadora», creando el fantasma de una persecución secular del eusquera que debe ser resarcida por la vía de la discriminación positiva. No conviene engañarse al respecto: los papeles están ya repartidos, y a algunos se nos ha adjudicado el de perseguidores, por el solo hecho de escribir poesía en la lengua de nuestros padres. Lo del ciudadano trilingüe es una broma. La verdad del asunto no está en los solos musicales que practica, los días laborables, la portavoz Garmendia, sino en las homilías dominicales de Arzalluz. Véase, por ejemplo, la coz que me dedica éste (Deia, 24 de mayo) a propósito de mi entrevista al historiador irlandés Conor Cruise O’Brien, defensor del no al tratado de Stormont, publicada por EL PAÍS el 20 de mayo: «Quédese, pues, Juaristi con sus bucles y sus foros. Dedíquese, con Mayor Oreja, a 'meter en la cárcel a los terroristas', pero a los de 'ambas comunidades', es decir, también a los del GAL. Si tan agobiado está en 'la isla', como O’Brien, no se quejará Juaristi de que, como a su modelo irlandés, le falten fuera de la isla apoyos de premios, de páginas, de casas editoriales y de pluses económicos bajo el generoso manto de PRISA, en ese Madrid tan acogedor y tan aplaudidor del vasco domesticado, y en el que un ministro de Interior desciende a entregar premios de Literatura». No acierto a adivinar a qué se refiere el jefe del partido de Garmendia, pero sospecho que ni Cruise O’Brien ni yo le caemos bien. Creo, no obstante, que resultaría útil y ameno, en el sentido horaciano, publicar alguna vez la relación de premios de Literatura que ha concedido y entregado, en sucesivos descensos, la consejera de Cultura y sociolingüista estrasburguesa del PNV, doña María del Carmen Garmendia. Alguna vez lo haré (y no es una amenaza). Jon Juaristi es escritor. Hasta agotar existencias, este libro se regala a socios y simpatizantes de AGLI.
La amenaza
separatista
La dictadura
silenciosa.
La España
alternativa. La Igualdad
de las Lenguas
ENSAYO. |