Recortes de Prensa Domingo 9 Marzo 2025


¡Qué vienen los rusos!
Álvaro Silva. el debate. 9 Marzo 2025

Dicen Macron y Von der Leyen que estamos en el momento más peligroso de nuestra historia desde 1945. Según hemos podido saber estos días, el riesgo de que Rusia acabe invadiendo Europa es alto, por lo que tenemos que desangrarla en Ucrania, con o sin ayuda de Trump, y rearmarnos a toda prisa. Es un planteamiento sencillo, un relato prêt-à-manger fácilmente vendible a los sufridos ciudadanos europeos, que demuestra una vez más la supina ineptitud de nuestras élites.

Al menos oficialmente, Europa desea la paz en Ucrania siempre que el heroico Zelenski pueda negociarla desde una posición de fuerza y el agresor no obtenga ninguna ventaja de su agresión, una postura que podría pasar por razonable si alguien supiera explicarnos qué posición sería una de fuerza para Ucrania y cómo conseguirla sin provocar la Tercera Guerra Mundial. Cabe suponer que mientras Ucrania siga perdiendo territorios no estará en posición de fuerza, pero en tal caso, ¿se pretende que haga retroceder a los rusos? ¿Cuánto? ¿Creen de verdad en Bruselas que si su ayuda fuera suficiente para causar un descalabro a los rusos éstos no movilizarían más recursos ni contemplarían la opción nuclear? Lo mejor que puede pasar es que los ucranianos negocien con un frente más o menos estable, que es lo que existe ahora. La Unión Europea no conseguirá por sí sola cambiar las tornas de la guerra y, si lo hiciese, desataría una escalada de consecuencias imprevisibles. En ambos escenarios, la continuación de la lucha perjudicaría gravemente a Ucrania.

Otra cuestión que en Bruselas no se han planteado es que el presidente de los Estados Unidos ha decidido forzar la paz en Ucrania por razones que van mucho más allá de una promesa electoral, una oportunidad de negocio o una supuesta afinidad patológica con los «dictadores». Donald Trump sabe que Occidente no puede ganar en Ucrania sin arriesgarse a provocar una hecatombe nuclear y, partiendo de esta obviedad, prefiere hacer la paz ahora, cuando todavía aparenta capacidad para imponer un acuerdo, que dentro de seis meses, cuando la derrota sea tan evidente que poco pueda hacer salvo firmar lo que diga Putin. Sin embargo, evitar un bochorno inminente es solo una de las razones de Trump para buscar la paz y no la más importante. Su objetivo principal es reconstruir las relaciones con Rusia a todos los niveles y trabajar normalmente con ella en el futuro. Muy probablemente, tras el acuerdo de paz en Ucrania vendrán otros sobre el Ártico y Oriente Medio, e incluso cierta cooperación económica que ofrezca a Rusia una alternativa a China. Debemos tener presente que obstaculizando la paz en Ucrania no manifestamos una diferencia puntual con Estados Unidos, sino que nos convertimos en un estorbo para el desarrollo de toda su política exterior. Si insistimos en Ucrania, el alejamiento estadounidense del Viejo Continente no hará más que aumentar.

Europa está entrando en una espiral de rearme y enfrentamiento sin saber a dónde quiere ir ni a dónde llegará. En el amanecer de un mundo caracterizado por la competencia entre grandes potencias, renunciamos a recomponer las relaciones con Rusia y dañamos peligrosamente las que tenemos con Estados Unidos. Y lo hacemos, además, insistiendo en condiciones de paz imposibles, proponiendo treguas infantiles y, por supuesto, sin renunciar al Pacto Verde, la reconstrucción de la naturaleza o el alarmismo climático. Vamos a protagonizar el ridículo más caro de la historia.

La nomenclatura europea nunca ha sabido de nada que no fuesen maniobras de partido y campañas de marketing electoral para consumo interno. Vive de dividir a la población generando luchas ideológicas sobre problemas inexistentes, de sortear escándalos de corrupción denunciando los del rival, de inventarse cada cuatro años un eslogan con el que engañar a sus votantes y de acumular poder frenéticamente. Cuando se trata de gobernar, de hacer política real o de afrontar una guerra, es el peor hatajo de incompetentes que pueda imaginarse. Su repentino ardor guerrero es el último intento de aterrorizarnos con un apocalipsis —ayer económico y sanitario, hoy militar— para avanzar sin resistencias hacia la Europa federal. Pero, sobreactuando como lo están haciendo, acabarán destruyendo cualquier posibilidad razonable de cooperación en nuestro continente.

Álvaro Silva es profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad CEU San Pablo.

El trumpismo, Putin y la guerra de Ucrania
Trump es como el médico que acierta al diagnosticar la extrema gravedad del enfermo para, luego, prescribir la medicación que precipita su fallecimiento
Juan Manuel Blanco
. Vozpópuli. 9 Marzo 2025

La humillación sufrida públicamente por el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, en el Despacho Oval de la Casa Blanca es un hecho tan insólito, tan contrario a las normas que regían hasta ahora las relaciones internacionales, que invita a reflexionar sobre las intenciones del presidente de EEUU, sus ideas y propósitos. El trumpismo es un movimiento paradójico: se atreve a formular las preguntas correctas, pero acaba proponiendo las soluciones equivocadas. Donald Trump es como el médico que acierta al diagnosticar la extrema gravedad del enfermo para, a continuación, prescribir la medicación que precipita su fallecimiento. Desea romper el caduco orden establecido tras la Segunda Guerra Mundial, pero su alternativa parece mucho más peligrosa. ¿Cuál es la concepción del mundo que sustenta este movimiento? En The Return of the Strong Gods: Nationalism, Populism, and the Future of the West (2019) R. R. Reno aporta un análisis muy ilustrativo porque se encuentra en sintonía con los esquemas ideológicos del trumpismo, ayudando a comprender sus filias, sus fobias o su fascinación por regímenes autoritarios como la Rusia de Vladimir Putin.

Según Reno, tras la Segunda Guerra Mundial, y para evitar que se repitiera la catástrofe, las élites internacionales plantearon un orden basado en la cooperación, persiguiendo el ideal de “sociedad abierta” que había expuesto Karl Popper en The Open Society and Its Enemies (1945), uno de los libros más influyentes del siglo XX. Popper distingue ahí la sociedad cerrada, tradicional o tribal, basada en normas sagradas o dogmas incuestionables, donde el individuo queda supeditado al colectivo y la sociedad abierta, o moderna, que carece de dogmas indiscutibles, permite la crítica y la pluralidad de ideas y garantiza los derechos y libertades individuales. Para Popper, la democracia liberal solo es compatible con la sociedad abierta mientras que los totalitarismos del siglo XX (fascismo, nazismo o comunismo), causantes de la guerra, fueron intentos de retorno a la sociedad cerrada, con sus verdades absolutas incuestionables y la supresión de la libertad de expresión y crítica.

Como estos totalitarismos se fundamentaban en configuraciones jerárquicas rígidas, las élites de la posguerra habrían impuesto un modelo basado en el individualismo y la demolición paulatina de las estructuras potentes de identidad, como la religión, la nación o la familia (los dioses fuertes), que brindaban sentido y estabilidad a las sociedades occidentales. Para sustituirlos, impulsaron “dioses débiles”, como el globalismo, el relativismo moral, el secularismo o el consumismo, que no saciarían el alma humana. El ocaso de los dioses fuertes habría debilitado la cohesión social y generando una pérdida de sentido, pertenencia y finalidad.

Explica así el éxito de figuras como Trump, que detestaría aquel consenso por haber conducido a esta sociedad abierta desestructurada, carente de valores fuertes, cobarde y mezquina, e impulsaría el regreso a una sociedad cerrada, fundamentada en el patriotismo, la religión cristiana, la comunidad o la familia

Sostiene Reno que este ideal de sociedad abierta no se fomentó como una opción política: se impuso como un dogma obligatorio. Cualquier crítica era descalificada como peligrosa, reaccionaria o fascista. En opinión del autor, este enfoque no supo distinguir entre los dioses fuertes positivos (los que sostienen la democracia) y los negativos (aquellos que empujan hacia el totalitarismo). Cortando por lo sano, el establishment intentó erradicar cualquier vestigio de apego, devoción o identidad fuerte, fomentando un régimen burocrático, aparentemente frío y neutral.

En los últimos tiempos, sin embargo, los dioses fuertes estarían regresando a hombros de una masa hambrienta de identidad, sentido, pertenencia y propósito, precipitando la quiebra del consenso de la posguerra. Explica así el éxito de figuras como Trump, que detestaría aquel consenso por haber conducido a esta sociedad abierta desestructurada, carente de valores fuertes, cobarde y mezquina, e impulsaría el regreso a una sociedad cerrada, fundamentada en el patriotismo, la religión cristiana, la comunidad o la familia. De ahí su admiración e identificación con figuras tan detestables como Putin, por representar la autoridad y los valores tradicionales, esos dioses fuertes que regresan para imponer moral y orden.

Pero en este análisis, muy en la línea del populismo trumpista, no todas las piezas encajan coherentemente. La sociedad abierta no pudo imponerse como un dogma incuestionable porque ambos conceptos son, por definición, incompatibles. Lo que diseñaron las élites tras la Segunda Guerra Mundial fue algo esencialmente distinto, aunque ciertamente contenga muchos de los elementos descritos por Reno.

El trauma de la posguerra
Todos los totalitarismos del siglo XX provocaron muerte y devastación, pero fue el nazismo y, concretamente, haber llegado al poder a través de las urnas, lo que atemorizó a las élites y desconcertó a intelectuales de la posguerra. La democracia (o la sociedad abierta), no eran ya una garantía contra la tiranía pues ciertos resultados electorales podían conducir al totalitarismo. Debían establecer trabas y limitaciones ideológicas y políticas, conducentes, no a impulsar la sociedad abierta sino a restringirla. Impulsaron un orden internacional basado en reglas, pero el proceso descrito por Reno no conducía a la sociedad liberal, como erróneamente creen muchos populistas de hoy, sino hacia otra sociedad cerrada, pero con dogmas distintos, eso sí, suficientemente incoherentes como para impedir la cohesión social y fomentar la apatía.

Para evitar que partidos totalitarios, o ajenos al consenso del sistema, pudieran alcanzar el poder, impulsaron sistemas electorales que dificultaran la obtención de mayorías absolutas, aunque ello empeorase la representación del ciudadano o trastocase el equilibrio de poderes. Es el concepto de “democracia limitada”, que se materializó en Europa Continental con el sistema electoral proporcional, de listas cerradas elaboradas por los partidos.

Pero también acometieron una ingeniería cultural para suprimir cualquier tipo de querencia que pudiera asociarse, aun lejanamente, con el nazismo. Se ridiculizó el patriotismo y el sentimiento nacional hasta el extremo de que, en España, incluso el propio nombre de la nación, y la bandera, se convirtieron casi en tabú, algo que dio alas a los nacionalismos regionales, mucho más agresivos y virulentos, aunque, paradójicamente, estos sí encajaban en la corrección política. La incoherencia conceptual alcanzaba el extremo.

El consenso de la posguerra no se fracturó porque los antiguos dioses fuertes sobrevivieran en el alma de la gente: quebró porque la caza de brujas desencadenada por las nuevas ideologías obligatorias terminó socavando los fundamentos de la democracia liberal y provocando el hastío y la indignación del público

Para llenar el vacío dejado por las antiguas tradiciones, se acabaron impulsando nuevas doctrinas, desde el ecologismo radical, la ideología de género, la corrección política, el multiculturalismo o el “wokeismo”, cuyo principal problema no es que sean colosales majaderías: cada uno puede creer libremente lo que desee, por muy insensato que sea. Adquirieron su carácter dañino al convertirse en dogmas obligatorios, que se impusieron aplicando la censura, el insulto, el castigo o la cancelación de quienes no se plegaban a esa ortodoxia. El consenso de la posguerra no se fracturó porque los antiguos dioses fuertes sobrevivieran en el alma de la gente: quebró porque la caza de brujas desencadenada por las nuevas ideologías obligatorias terminó socavando los fundamentos de la democracia liberal y provocando el hastío y la indignación del público.

El trumpismo acierta cuando señala con el dedo a esa Europa “pacifista” y buenista, reacia a asumir sus gastos de Defensa, centrada en la matraca del cero carbono cuando los bárbaros presionan ya las fronteras, igual que en Constantinopla discutían sobre el sexo de los ángeles mientras los invasores alcanzaban el pie de las murallas. Pero se equivoca radicalmente en las soluciones cuando, creyendo erróneamente que la sociedad abierta liberal es la causante de todo el desaguisado, pretende el regreso a unos valores tradicionales, pero… también obligatorios. De una sociedad cerrada… a otra.

Buscar inspiración y modelo en la Rusia actual, y alinearse con ella, por haber prohibido las creencias woke, es escapar de la sartén para caer en el fuego de un sistema extremadamente represivo, dónde el discrepante se arriesga a caer súbitamente por una ventana, de un régimen fundamentado en un expansionismo imperialista al estilo Hitler, pero, afortunadamente, con un ejército mucho peor. A este lado del telón, al menos, quien critica la ortodoxia no arriesga físicamente la vida; tan solo se expone a ser marginado, denigrado o a perder su puesto de trabajo, un precio mucho más asumible para cualquiera con valentía y convicción. Abocados a elegir, la Europa woke sería claramente el mal menor, el sistema menos cerrado de los dos.

La estrategia rusa del engaño
Pero Rusia tampoco es lo que dice ser. Dentro de su amplia campaña de desinformación, y con el fin de engañar a los ingenuos populistas occidentales, el régimen de Putin se presenta como religioso y tradicional cuando dista de serlo. Al igual que Vietnam del Norte (la potencia imperialista y agresora que pretendía anexionarse Vietnam del Sur) ganó la guerra fuera del campo de batalla persuadiendo a buena parte de la opinión pública americana de que su lucha era “antiimperialista”, Putin pretende vencer en la guerra de Ucrania, donde también es el agresor, convenciendo a mentes ingenuas y simples, como Trump o Vance, de que pasear al patriarca Cirilo como marioneta al servicio del Estado es prueba suficiente de la profunda religiosidad del régimen ruso. Incluso ha llegado a persuadir a algunos sectores tradicionalistas europeos de que la funesta Rusia de hoy es, nada menos, que una nueva Roma, eso sí, sin especificar si el emperador Putin es equiparable a Tiberio, Calígula o Nerón.

El ascenso del trumpismo no es exactamente el regreso de los dioses fuertes sino una reacción instintiva y emocional contra la extremada estupidez imperante, un impulso irracional que acaba conduciendo a soluciones todavía peores. La degeneración del mundo actual, las ideologías ridículas o la cobardía, no son el producto de un sistema más liberal sino el reflejo de un Occidente que se ha ido cerrando, imponiendo coactivamente nuevos dogmas, a cuál más absurdo e insensato. Trump se pasa el día arreando mandobles al aire, intentando combatir el fantasma de una sociedad abierta que ya no existe, con grave peligro para los que pasan por allí.

La sociedad abierta no se caracteriza por las creencias que en ella imperan. Puede ser muy religiosa, con respeto escrupuloso para los no creyentes. O muy laica, con libertad absoluta para quienes desean practicar su fe. Se distingue porque no hay creencias prohibidas ni obligatorias y se admite la crítica de todas las ideologías. Así, las nuevas ideas van incorporándose al legado del pasado, o sustituyéndolo, de manera, prudente y voluntaria, nunca forzada. Esta sociedad abierta de la libertad y la responsabilidad es la meta que debería buscar urgentemente Europa, junto con la recuperación de sus capacidades de defensa y disuasión ante la creciente amenaza.

Donald Trump y JD Vance cometen un error de bulto. Si tanto añoran valores tales como el patriotismo, el sacrificio, el compromiso o la valentía, su modelo no debería ser Vladimir Putin sino Volodimir Zelenski. Con todos sus defectos, no solo es quién mejor representa el regreso de los “dioses fuertes” integradores; él y sus compatriotas son los verdaderos héroes de nuestro tiempo.

Zelenski denuncia que los ataques en Donetsk y Járkov demuestran que Putin no quiere hacer las paces
Al menos once personas murieron y otras treinta resultaron heridas en un ataque ruso anoche contra la ciudad de Dopbropilia, en la región ucraniana de Donetsk, según informaron el Servicio Estatal de Situaciones de Emergencia y la Policía Nacional ucranianas
Agencias. Madrid. la razon.
9 Marzo 2025

El presidente de Ucrania, Volodmir Zelenski, ha denunciado hoy que los ataques nocturnos de esta pasada noche efectuados por Rusia contra las regiones de Donetsk y Járkov, y que de momento se saldan con 14 muertos y casi 40 heridos, son un claro indicador de que el presidente ruso, Vladimir Putin, no tiene intención alguna de comenzar una negociación de paz con su país.

"Estos ataques demuestran que los objetivos de Rusia siguen siendo los mismos", ha condenado Zelenski en un comunicado publicado en su cuenta de Telegram, menos de 24 horas después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se declarara convencido de que Moscú quiere el final de la guerra mientras expresaba sus dudas sobre la voluntad de Zelenski para negociar un alto el fuego.

Trump, sin embargo y en una inusual declaración dada su afinidad con Rusia, denunció que Moscú estaba "machacando" Ucrania con nuevos bombardeos, y avisó con sancionar a sus autoridades y a su sistema bancario.

"Es muy importante seguir haciendo todo lo posible para proteger la vida, fortalecer nuestra defensa aérea y reforzar las sanciones contra Rusia. Todo lo que ayude a Putin a financiar la guerra debe desaparecer", ha añadido Zelenski.

Al menos once personas han muerto y 30 han resultado heridas en la localidad de Dobropillia, en Donetsk, según las autoridades provinciales, que han confirmado que se produjeron incendios en edificios residenciales y en un edificio administrativo.

Poco después, el servicio de Emergencias ucraniano ha confirmado otros tres fallecidos por ataques rusos en la región de Járkov, en el la frontera noroeste del país con Rusia.

El ataque ha ocurrido también esta pasada noche contra una "empresa civil" en la localidad de Bogodukhov, escenario de "un incendio de gran magnitud que abarcó 2.000 metros cuadrados. Según datos preliminares, tres personas murieron y otras siete resultaron heridas, ha anunciado el servicio de rescate.

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¿De verdad debemos rendirnos?
Jesús Cacho. Vozpópuli. 9 Marzo 2025

Tiempo atrás, por mi Tierra de Campos natal circulaba una especie de chiste apócrifo nada caritativo con los esforzados braceros gallegos que todos los veranos inundaban la región para segar con hoz el cereal crecido en el llamado “granero de España”. Era gente humilde, acostumbrada a soportar mil penalidades (Rosalía de Castro salió en su defensa pidiendo para ellos piedad: “Castellanos de Castilla, tratade ben ós gallegos; cando van, van como rosas; cando vén, vén como negros”). Contaba la historieta que una nutrida cuadrilla de segadores que regresaba a su querida Galicia había sido atracada por unos bandoleros que la asaltaron por tierras del Bierzo. “Pero, ¿cómo es posible que cuatro bandidos lograran desvalijar a cuarenta segadores? se preguntaba el narrador. “Es que nos rodearon…” A la Unión Europea (UE) también le han rodeado. Vladímir Putin por el este y Donald Trump por el oeste. Hasta 27 países componen una Unión poseedora de formidables capacidades para enfrentar con ventaja la violencia rusa y el desdén norteamericano: un PIB diez veces superior al de Moscú; una renta per cápita envidiable, una moneda común, buenas infraestructuras, universidades de primer orden, talento en todos los campos de la ciencia y la investigación, empresas multinacionales, un mercado de casi 450 millones de consumidores y, sobre todo, unos Estados de Derecho que, en la tierra que vio nacer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, marqués de Lafayette al canto, garantizan vida, libertad y propiedad. ¿Cómo es posible, entonces, que esa impresionante suma de fortalezas muestre hoy el paisaje de miedo y ansiedad de quien se siente perdido, incapaz de afrontar el futuro con garantías?.

Acostumbrada, la ciudad alegre y confiada, a vivir bajo la protección del paraguas nuclear norteamericano, la llegada de Trump a la Casa Blanca ha puesto al viejo continente frente al espejo de sus miserias, forzándole a un brusco despertar tras décadas de ensimismado dolce far niente. Con Ucrania en guerra desde hace tres años, la paz en Europa está seriamente amenazada por un nuevo tirano, un criminal de guerra que muy probablemente no se detendrá en el Dombas ni en Crimea si consigue derrotar a Kiev. Y Donald le ha dicho al viejo continente que tiene que aprender a defenderse solo, situación nueva, desconocida desde el final de la II Guerra Mundial. ¿Qué hacer? La reunión extraordinaria del Consejo Europeo celebrada este jueves en Bruselas decidió ratificar un plan (“ReArm Europe”, que buena es Ursula von der Leyen creando eslóganes) que prevé invertir hasta 800.000 millones para “fortalecer la seguridad de la Unión Europea, enfrentada a un reto existencial”, y la protección de su ciudadanía. “Son tiempos extraordinarios, que exigen medidas extraordinarias”, dijo la doña. Una cifra fastuosa, que se añade a otra similar que, según Draghi, la Unión necesitaría para suplir su gap tecnológico con Washington y Pekín, pero que los cerebros de Bruselas han decidido dejar fuera de las reglas fiscales para poder gastar a gusto. ¿Será por dinero?

El desafío lanzado por Trump sorprende al viejo continente inmerso en una de las peores crisis de su historia. Valga el caso de Alemania, histórica locomotora europea, cuya renta per cápita se ha desplomado frente a la de EE.UU. y cuyo crecimiento está estancado desde 2019, al punto de llevar dos años (23 y 24) en recesión, con caída de la producción industrial, quiebras empresariales y despidos masivos en sectores como el automóvil, el acero, la química, o la máquina herramienta. La pandemia de Covid, la guerra en Ucrania y el giro proteccionista de la América de Trump ha puesto al descubierto las grietas de un modelo basado en la exportación de bienes industriales (51% del PIB), catapultado por un abundante gas ruso, mano de obra cualificada y barata de Europa del Este, y mercados BRICS y USA encantados de poder comprar los BMW alemanes. Quizá es peor la situación de una Francia asfixiada por una deuda que supera los 3 billones. Plantear nuevos gastos de Defensa a un país que dedica 900.000 millones al año, un tercio del PIB, récord mundial, al mantenimiento de su sacrosanto Estado del Bienestar, que se niega a cuestionar la sostenibilidad del modelo y que soporta los niveles impositivos más altos de la UE, parece una locura. Una bomba de relojería allí donde la administración penitenciaria acaba de gastar 120 millones en la compra de 25.000 de tablets para "facilitar la comunicación entre los presos y agilizar sus reclamaciones a los jueces”. Todo el mundo sabe en París que en algún momento Francia, amenazada por una crisis de deuda capaz de dejar en pañales lo ocurrido en Grecia, necesitará meterle mano drástica a su gasto social, pero quien se atreva a decirlo en público correrá el riesgos de ser quemado en la hoguera al modo Juana de Arco. Un puzzle sin solución. Y hasta que el cuerpo aguante.

En estas circunstancias, la elite de Bruselas reunida en cumbre extraordinaria propone seguir gastando como si no hubiera un mañana a una Unión endeudada y exhausta. “Deuda mancomunada” lo llama nuestro zangolotino. A nadie se le ocurre plantear la urgencia de hacer economías, recortar gasto público, trabajar más y mejor, alargar la edad de jubilación (62 años en Francia frente a los 67 de Alemania), reducir el absentismo laboral, aligerar las tasas que castigan a empresas (y empleados), acabar con las subvenciones, poner fin al delirio reglamentista, liberalizar, volver a situar la libre iniciativa, responsable de la riqueza del continente, en el frontispicio del edificio comunitario. En realidad Europa lleva ocho décadas gobernada por ese socialismo rampante que todo lo corrompe. Un socialismo caritativamente apodado “socialdemocracia”, un modelo gestionado unas veces por la derecha y otras por la izquierda, que ya no da más de sí. Acostumbrada a años de perezoso sesteo, se asusta cuando un loco descerebrado, a quien Moscú parece tener bien cogido por sus partes, le dice la verdad. Escribía días atrás Nicolas Baverez en Le Figaro que “los europeos están obligados a abordar urgentemente una cuádruple elección que han rechazado o eludido desde 1945: libertad o servidumbre, crecimiento o degradación, rearme o guerra, poder o decadencia”. Por desgracia, da la sensación de que los europeos hace ya tiempo que eligieron y optaron por la servidumbre, la degradación, la decadencia y, ahora, la guerra.

La sombra de una gran decepción recorre Europa. Escribe Irene Gonzalez en su “Salvar Europa” (Ed Ciudadela) de próxima aparición: “Durante décadas, el relato del consenso europeísta otorgó un carácter místico, casi mágico, a una UE configurada como una superdemocracia de la que emana un poder incuestionable y perfecto, casi religioso, al que han de someterse los ciudadanos. En estos últimos años, sin embargo, muchos se han visto traicionados por quien prometió libertad, abundancia y paz en el mejor de los mundos posibles y solo encuentran un caro sistema burocrático de control social, no representativo, extractor voraz de recursos y obstáculo de riqueza, cuyo liderazgo se centra en el decrecimiento planificado contra el Occidente moral y cultural europeo”. Ayer Juan Delgado contaba aquí que “Bruselas impulsa una tasa woke en plena guerra comercial que afectará a miles de pymes”. Se llama 'Directiva sobre Diligencia Debida de las Empresas en Materia de Sostenibilidad' que pretende obligar a los empresarios a comprobar si sus proveedores respetan los derechos humanos y los requisitos medioambientales. La norma dice que obligará a las grandes empresas, pero por ósmosis se extenderá a las subcontratas, a cientos de miles de pymes en toda la UE que verán sus costes disparados. Definitivamente, la élite de Bruselas ha perdido la cabeza. Pero, ¿qué esperar de un Club capaz de nombrar vicepresidenta a una reconocida sectaria a fuer de socialista como Teresa Ribera, cuya única aspiración es colocar lo mejor posible a su prole? Es el socialismo, el cáncer que corroe el continente desde la caída del muro de Berlín. Por eso el problema de la UE es mucho más profundo que el de esa ridícula clase burocrática que se ha hecho fuerte en Bruselas. Es el rechazo a una concepción liberal de la vida. Es la renuncia a las raíces cristianas del continente. Es la rendición ante “el empuje expansionista de un Islam vengativo y contracolonial” (Mathieu Bock-Côte). Es la entronización del dinero como valor supremo. Es la corrupción.

Y mientras Europa busca la unidad para hacer frente a la amenaza rusa, España se desintegra víctima de un proceso de ruptura interna propiciado por un delincuente dispuesto a reinar sobre las ruinas de la nación. Retazos del editorial aparecido aquí este martes, tras el acuerdo entre Sánchez y Puigdemont que permitirá a los Mossos d'Esquadra gestionar en pie de igualdad con Policía y Guardia Civil la seguridad de puertos, aeropuertos y fronteras, otorgando a la Generalitat la ejecución de devoluciones en caliente de inmigrantes, el control de los CIE y su conversión en "ventanilla única" para solicitudes de estancia de larga duración, incluida la expedición del NIE. “Estamos ante otro impúdico capítulo del verdadero manual de resistencia de un aventurero de la política dispuesto a pagar el precio de desmantelar el Estado para asegurar su supervivencia” (...) “Un nuevo episodio de deconstrucción constitucional, un nuevo golpe al principio de soberanía nacional, mediante la cesión de competencias que pertenecen en exclusiva al Estado” (...) “Un paso más hacia un Estado fracturado. Se trata de la progresiva desintegración de un modelo de convivencia que costó mucho construir. Una demolición quirúrgica realizada mediante decretos y proposiciones de ley”.

“La suerte está echada”, escribe Juan José López-Burniol. “El actual Pacto de San Sebastián entre la izquierda y los independentistas, unido a la fractura y la falta de pulso de la derecha y a la atonía de buena parte de los ciudadanos, hacen que sea imposible armar una alternativa a este desguace del Estado. Sólo queda denunciarlo, aunque no sirva ya de nada. Sólo para morir con las botas puestas”. ¿Es solo Sánchez el responsable? En modo alguno. Responsable es también una derecha que renunció a su misión de liderar la transformación del país, mediante las reformas de fondo pertinentes, en una democracia moderna, una derecha que ha dispuesto de dos mayorías absolutas lastimosamente dilapidadas. Una derecha que ha traicionado a la España liberal hasta el punto de arrojarla de su filas. Ello por no mencionar a esa otra derecha que ahora ha decidido parapetarse tras las faldas de un miserable como Trump. Esta semana hemos tenido constancia de esa tragedia hemipléjica. Mariano Rajoy ha comparecido ante una absurda comisión parlamentaria para hablar de una tal “política patriótica” durante su Gobierno. El gallego logró sin gran esfuerzo vapulear a los rufianes de turno con su verbo dicharachero y pausado, “muy gallego” dicen, al punto de encantar a los plumillas de la corte. El tipo que regaló el Gobierno a Sánchez y su banda, que prefirió abandonar la lucha sin oponer resistencia mientras se emborrachaba en un garito, el tipo que debería sentir vergüenza de salir a la calle, ha sido exaltado como un gran político por buena parte de la prensa de “derechas”, retrato terrible del profundo desvarío mental y moral por el que transita este pobre país.

Hay conciencia creciente de que “esto” ya no tiene solución. “Que el proceso es imparable e irreversible, es decir, que llegará inexorablemente hasta el final, y que no tendrá vuelta atrás” (de nuevo López-Burniol). Asombra la mansedumbre con la que la sociedad española acepta todo. El silencio resignado con el que asume que un corrupto como Sánchez pueda llevar a un país de casi 50 millones y 1,5 billones de PIB hacia el desfiladero de su desaparición sin que nadie le pare los pies. Sin sociedad civil. Con un ejército domesticado. Con una justicia que resiste cual Numancia asediada. Con unos medios quebrados, que ahora miran asustados a Murtra (vale decir a Sánchez) para que no corte el grifo. El muy sinvergüenza acaba de decir que “Los Mossos d’Escuadra son también Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, como es la Guardia Civil, como es la Policía Nacional”. Se pasa por el forro la Ley Orgánica 2/86, aprobada por otro Gobierno socialista. Miente igual que habla. Se gusta mintiendo, paladea, saborea la mentira, la disfruta. Pero, ¿realmente no hay solución? ¿Sólo queda la resignación o el exilio? Esta semana he conocido a un ingeniero de telecos, Politécnica madrileña, 73 años, gran experto en sistemas de visión nocturna (de nuevo la Defensa de Europa), familia de hijos y nietos bien formados, gente normal enamorada de su país y cumplidora de sus leyes. Personas cuya categoría intelectual y humana te reconcilia con España. Y hay cientos de miles como él. Ingenieros, arquitectos, médicos, profesores, letrados, técnicos, maestros de escuela, artesanos de manos prodigiosas, trabajadores honrados, padres de familia que madrugan para mantener diligentemente a su familia. ¿De verdad debemos rendirnos y aceptar en silencio la desaparición de este gran país a manos de un presidente ilegítimo y una mafia calabresa llegada para enriquecerse a calzón quitado? Aquí no lo aceptaremos jamás, no nos rendiremos nunca y, de entrada, exigiremos a esa derecha miedosa que no acepte sentarse con Sánchez para hablar de aumento del gasto en Defensa a menos que Sánchez renuncie a ese pacto espurio sobre migración y fronteras que vulnera el texto constitucional de cabo a rabo. “Las políticas de control de fronteras, de inmigración y de extranjería son elementos nucleares que definen a cualquier nación”, ha dicho Feijóo. Bien dicho. Ahora toca ser consecuente. Toca poner pie en pared definitivamente, y al que tenga miedo de lo que pueda decir Pepa Bueno, abrirle la puerta de Génova 13 y mandarle gentilmente a la mierda.


Siete años de pactos con los "enemigos de España"
Sánchez y su mercadillo: todas las cesiones y claudicaciones ante separatistas y proetarras para seguir durmiendo en La Moncloa
Cedido todo lo imaginable a cambio de votos e investiduras
Mario Lima. periodista digital.
9 Marzo 2025

Han pasado siete años desde que Pedro Sánchez ‘okupó‘ la presidencia del Gobierno, y si algo ha quedado claro es que es un ‘vendedor‘, sobre todo de trozos de España.

Y como clientes privilegiados tiene a quienes le garantizan la silla: separatistas y proetarras.

A fecha de 9 de marzo de 2025, el marido de Begoña Gómez ha convertido las cesiones en un arte para seguir durmiendo en La Moncloa.

¿Qué ha dado a cambio?

Una lista larga, detallada e idignante.

Aquí va el inventario, con datos frescos, más un toque de perspectiva de alguien que lleva años viendo este culebrón político desde la grada.

El gran bazar de la investidura

Sánchez no llegó al poder por goleada electoral, sino por pactos.

En 2018, tras la moción de censura a Mariano Rajoy, necesitó los votos de ERC, periodista digitaleCAT, PNV y Bildu. Desde entonces, cada investidura y cada ley importante han sido un trueque.

Vamos con lo que ha soltado:

Indultos a los líderes del 1-O. En 2021, Sánchez indultó a nueve líderes independentistas catalanes condenados por el procès. Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y compañía salieron de la cárcel o vieron suavizada su situación. “Es por la concordia”, dijo el presidente. Claro, y por los votos de ERC para la investidura de 2020.

Reforma del Código Penal. En 2022, derogó el delito de sedición y rebajó las penas por malversación. ¿Resultado? Los condenados por el 1-O respiraron aliviados, y ERC y Junts aplaudieron desde el Congreso. Según ABC esta semana, el Supremo sigue lidiando con las consecuencias legales de este apaño.

Ley de Amnistía. Aprobada en 2024 tras meses de tira y afloja, amnistió a más de 400 implicados en el procès, incluido Puigdemont, que sigue en Waterloo. El Debate lo llamó el viernes “un pacto humillante”. Fue el precio de la investidura de 2023: siete votos de Junts y otros tantos de ERC.

Condonación de deuda catalana. En 2024, Sánchez perdonó 15.000 millones de euros de la deuda de Cataluña con el Estado. El Mundo informó ayer que esto ha generado tensiones con otras regiones, como Andalucía, que piden lo mismo. ¿Casualidad? No, votos.

Financiación singular para Cataluña. Este año, Sánchez pactó un modelo fiscal propio para Cataluña, similar al cupo vasco. Okdiario dice que en 2025 ya han recibido 1.500 millones extra. A cambio, Junts y ERC siguen sosteniendo al Gobierno.

Transferencia de competencias. Tráfico a Navarra (2023), inmigración a Cataluña (2025) y Rodalies (trenes de cercanías) también a Cataluña desde 2024. Cada traspaso, un guiño a Bildu, ERC o Junts para que no se bajen del barco.

Moción de censura en Pamplona. En 2023, el PSOE apoyó a Bildu para quitar la alcaldía a UPN. Un regalo a los herederos de ETA que Periodista Digital calificó ayer como “otro clavo en el ataúd de la dignidad socialista”.

No solo investiduras: también presupuestos

Sánchez no solo ha cedido para llegar a La Moncloa, sino para mantenerse. Los Presupuestos de 2022 y 2023 son prueba. El PNV se llevó la gestión del Ingreso Mínimo Vital, mientras ERC logró una cuota de producción audiovisual en catalán. Bildu, sin presentar enmiendas, aseguró que las negociaciones iban “en buena marcha”. ¿Qué pidieron a cambio? Acercamiento de presos etarras, aunque lo niegan en público.

La famosa mesa de diálogo con Cataluña, creada en 2020, sigue viva. Sánchez la usa como escaparate de su apuesta por el “diálogo”, pero ERC y Junts la ven como un cheque en blanco. En 2023, aceptó un verificador internacional para las negociaciones, otro guiño a Puigdemont. Y no olvidemos los 1.240 millones que dio a la Generalitat en julio de 2023, justo cuando negociaba su investidura, según Okdiario.

Con Bildu, Sánchez ha jugado fino. Además de Pamplona y el tráfico en Navarra, ha facilitado el acercamiento de más de 200 presos de ETA a cárceles vascas desde 2018.

Arnaldo Otegi lo admitió en 2021: “Si hay que votar presupuestos para sacar a 200 presos, los votaremos”. Y así fue.

Lo último: inmigración y más deuda

Las cesiones de marzo de 2025, como la competencia de inmigración a Cataluña, han revuelto a la ciudadanía.

Juanma Moreno, presidente de Andalucía, avisó: “Esto lo va a tener complicado”.

Se habla ya de un nuevo paquete de medidas para Puigdemont, aún en secreto, que podría incluir más fondos.

Todo por mantener a Junts contentos.

El culebrón

El viaje de Santos Cerdán. En 2023, el número tres del PSOE voló a Bruselas a negociar con Puigdemont. Volvió con la amnistía bajo el brazo y una foto que dio mucho que hablar.

La bandera española en IFEMA. En 2023, Sánchez llenó un mitin del PSOE con banderas de España para contrarrestar críticas. “Nosotros también somos España”, dijo. Ironías de la vida.

El lapsus de Otegi. En 2021, se le escapó lo de los presos y los presupuestos en un micrófono abierto. Luego lo negó, pero el daño estaba hecho.

El coste del FLA. Cataluña ha recibido más de 80.000 millones del Fondo de Liquidez Autonómica desde 2012. Gran parte, con Sánchez, no volverá jamás.

La bronca de Page. Emiliano García-Page, barón del PSOE, lleva años quejándose de estas cesiones. En 2024, dijo que eran “una hipoteca para España”. Nadie le hizo caso.

Sánchez tiene un plan
EDUARDO INDA. okdiario. 9 Marzo 2025

Me fascina tanto la atención que prestan los periódicos a un grupo mediático arruinado como Prisa, cuyo poder nada tiene que ver con el que ostentaba en tiempos de Polanco, alias Jesús del Gran Poder, como la testiculina que ha exhibido en las últimas semanas su presidente, Joseph Oughourlian, al negarse a secundar la locoide idea que el Gobierno quería imponerle: la creación de una TDT. Tanta admiración ideológica y empresarial me suscita su valentía como pena que no haya permitido materializarla porque hubiera representado la puntilla definitiva para una empresa que debe 825 millones tras pasarse décadas haciendo el mal a nuestro país. Una compañía que se dedica a destruir moral, institucional y territorialmente España con mentiras y esas medias verdades que son las peores de las falacias se merece la peor de las suertes además de todo nuestro desprecio. Dicen que los gritos de Sánchez al fracasar la asonada se escuchaban en la mismísima Carretera de La Coruña.

Su quintacolumnista en Prisa, José Miguel Contreras, ha pegado un gatillazo de campeonato, ya que él y nada más que él fue el cerebro de una idea, la de la televisión en abierto, que no se le ocurre ni al que asó la manteca. Hacerte un hueco en un mercado copado desde hace años por Atresmedia y Mediaset, duopolio similar al que rige en la mayor parte de Europa, es física y metafísicamente imposible por no decir el camino más corto al default. Y, por otra parte, ha hecho el más soberano de los ridículos ante su caudillo, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que le encomendó crear una tele privada que contrapese a los malos-malísimos de Telecinco y Antena 3.

Cuentan que el por otra parte simpatiquísimo Contreras andaba llorando por las esquinas cuando el inquilino de El Pardo, perdón, La Moncloa, Francisco Franco, perdón, Pedro Sánchez, le ordenó una nueva operación casi igual de kamikaze que la anterior: botar a Oughourlian en la Junta General de Accionistas que se celebrará en junio. El marido de la tetraimputada Begoña Gómez no es el más listo de la clase pero indiscutiblemente sí el más killer y, consecuentemente, el más peleón. Y tiene una virtud de la que han carecido históricamente sus rivales: no le importa rodearse de gente más inteligente que él, circunstancia que visto lo visto no parece cumplirse con un Contreras que se antoja más la excepción que la regla.

Las espadas están en todo lo alto hasta junio o antes si se convoca Junta Extraordinaria. Tirar de la silla al empresario angloarmenio con pasaporte francés que preside Prisa es una misión imposible que ni el mismísimo Tom Cruise sería capaz de sacar adelante. Máxime cuando los caballos de Troya sanchistas se han comportado hasta ahora más como unos Torrentes de la vida que como el actor estadounidense que tritura villanos sin parar. Oughourlian, que controla el 29,5% de Prisa para no llegar al 30% que le obligaría a lanzar una OPA, tiene de momento amarrada su supervivencia gracias al respaldo que le ha otorgado el segundo accionista de referencia, Vivendi, que ostenta casi el 12%. Este emporio francés está controlado por Vincent Bolloré, íntimo de Nicolas Sarkozy y propietario de Canal Plus Francia, Universal Music, Hachette y la macrocentral de medios Havas. Vamos, que a Bolloré no creo que Sánchez le haga mucha gracia. Y Prisa para él es el chocolate del loro.

Sin Bolloré no hay tu tía. O casi. El colaboracionista sanchista en Prisa, José Miguel Contreras, tendría que concitar el plácet de todos los demás para poder guillotinar a un Oughourlian que o bien ha hecho de la necesidad virtud al ver próxima la caída del autócrata monclovita o simplemente se ha comportado como un empresario responsable al negarse a secundar una operación en la que iba a perder hasta los calzoncillos. O tal vez ha conjugado las dos opciones, que no tienen por qué ser excluyentes.

Los que conocen a Sánchez y los que no lo conocemos tanto tenemos claro que no da un balón por perdido. Resabios tal vez de su etapa de jugador de las categorías inferiores de Estudiantes, cuando debía tirar de garra para competir con rivales que le sacaban una cabeza. Lo demostró ese 23-J en el que, gracias a deméritos ajenos y tal vez al agujero negro del voto por correo, ganó contra todo y contra todos aún habiendo perdido las elecciones. Ahora esa alma en pena llamada Contreras ha de currarse el favor de los Polanco, que aún mantienen un 7% a través de Rucandio, Carlos Slim (otro 7%), la familia catarí Al Thani (3%), Santander (otro 4%) y ese conglomerado de cheerleaders sanchistas integrado por Andrés Varela Entrecanales, el propio Contreras, el turbio sindicalista que se quedó con Balearia, Adolfo Utor, y el no menos oscuro rey de las ambulancias de Andalucía, Diego Rubio, entre otros, que tienen en sus manos el 18% de los títulos. Pero quien decide es un extranjero: un Bolloré que de momento ha respondido con un «nanay» que tiene de los nervios al caudillo.

Sea como fuere, Pedro Sánchez tiene un plan que va más allá de Prisa. Lo de Prisa es simplemente estrategia mediático-política. Quien controla la opinión publicada, controla la opinión pública. De primero de Goebbels. Siempre que hay que trazar una hoja de ruta, el presidente del Gobierno se fija en lo que antes implementaron Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Ambos tuvieron claro que para mantenerse en el poder indefinidamente había que liquidar el Estado de Derecho, manejar los medios o cerrarlos si se empeñaban en ser independientes e invadir las grandes empresas privadas.

Las tropas sanchistas han tenido que dar la vuelta en Prisa pero preparan la contraofensiva, metieron la zarpa en RTVE a la mañana siguiente del mismísimo 29-O pasando de la DANA que arrasó Valencia y el derribo del Estado de Derecho va en camino con el Plan de Regeneración Democrática que en realidad es un Plan de Degeneración Democrática, con la Ley Begoña y con otra serie de medidas legislativas que nos aproximan a Venezuela a velocidades supersónicas. Donde han obtenido triunfos incontestables es en el libre mercado. Ya poseen el 28% de Indra a través de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales, porcentaje al que hay que sumar el 14,3% de esa familia de self made men que son los Escribano, muy próximos a Moncloa, el ejemplar clan Aperribay, dueños de Sapa y de la Real Sociedad, y el propio Oughourlian, antaño aliado, ahora enemigo del alma.

El plan de Sánchez tuvo su punto culminante en Telefónica con la abrupta sustitución de José María Álvarez-Pallete por Marc Murtra, vinculado al PSC y que hizo escala previa en Indra. Que no son tontos lo certifica más allá de toda duda razonable el hecho de que no pusieron a un cantamañanas sino a un ejecutivo de primera que, entre otras cosas, multiplicó el valor de la acción de Indra un 150% en poco más de tres años. Esta semana han nombrado presidente no ejecutivo de Movistar+ al mejor amigo de José Luis Rodríguez Zapatero y secretario general de Juventudes Socialistas durante el felipismo, Javier de Paz, tipo hábil y brillante donde los haya, un componedor de manual. El telefonicazo se concibió en el falsario periodo de reflexión de Pedro Sánchez tras la imputación de Begoña Gómez. El indisimulado fin último es que el mayor anunciante privado de España estrangule publicitariamente a los medios libres.

Y ahora se han puesto una meta para mí utópica teniendo en cuenta que Isidro Fainé es mucho Fainé: mandar en Criteria, el mayor holding industrial de España propiedad de la Fundación La Caixa. Un objetivo para nada ajeno a las conversaciones que el Gobierno mantiene con Junts. Que el tikitaka Sánchez-Puigdemont atesora un componente judicial, legislativo y competencial constituye una perogrullada tautológica. Es decir, una obviedad al cuadrado. Pero el partido también va de poder empresarial, que nadie se engañe. Todos quieren colocar a sus peones, todos quieren ser más ricos. Conviene no olvidar que el Estado ya es titular del 17% de Caixabank a través de la Sepi, rescoldos del rescate de una Bankia-Cajamadrid que el Estado resucitó en 2012 de la mano de Mariano Rajoy.

Si Sánchez domina Telefónica, Indra, parte de Caixabank y lo acaba haciendo en Criteria y en su niño mimado, Prisa, acumulará más poder que ningún otro presidente en 48 años de democracia. Y lo que es mejor, teniendo menos escaños que cualquiera de sus antecesores. Lo cual multiplica exponencialmente el malvado mérito del personaje. Para culminar su plan necesita llegar a 2027 como sea, extremo cuasiimposible de cumplir toda vez que carece de Presupuestos y todo indica que seguirá careciendo de ellos en lo que resta de legislatura. El objetivo del objetivo pasa por dejar el mundo empresarial en manos amigas —desinvierta o no desinvierta la Sepi— en el muy probable caso de que 2027 sea el Waterloo definitivo de un autócrata que veremos cómo deja el poder en caso de derrota, si es que lo deja, que eso está por ver. Y en el mientras tanto la gran pregunta que me hago es la misma que se formulan ustedes: ¿cuál es el plan de PP y Vox?

Manuel Toscano: «Toda la tramoya nacionalista depende de contemplar la lengua como marcador identitario»
LAGACETA conversa con el profesor y autor acerca de su última obra, una reflexión sobre los lugares comunes de la política lingüística en España y su relación directa con los marcos ideológicos dominantes del nacionalismo
Nieves B. Jiménez. gaceta.
9 Marzo 2025

Manuel Toscano, profesor titular de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Málaga, ha publicado Contra Babel. Ensayo sobre el valor de las lenguas (Athenaica, 2024). Esta pequeña obra, dentro de la colección Breviarios, deja un retrato muy fresco y preciso, desde ramas como la sociología, la lingüística o la política, sobre el valor de las lenguas como herramienta comunicativa y seña de identidad. El autor reflexiona acerca de las falacias y clichés que saturan este cada vez más viciado tema, la diversidad lingüística así como su uso como arma nacionalista en el debate político.

En Contra Babel habla del último hablante de una lengua y su posterior desaparición… Casi como un último mohicano. Menuda tragedia… ¿o no tanto? Usted desmonta este mito y argumento con elegancia…
Estoy por recomendarle al posible lector que lea el libro, pues esa es una de las cuestiones centrales que aborda: ¿es una catástrofe que una lengua se pierda? Si hablamos de pérdida, la pregunta nos obliga naturalmente a plantearnos cuál es el valor de aquello que se pierde, en este caso la lengua. El hilo argumental central de Contra Babel es una discusión de las tres formas con las que describimos el valor de las lenguas, atendiendo a su importancia como medio de comunicación, como patrimonio cultural o como seña de identidad colectiva. Analizo cada uno de esos tres aspectos valiosos de las lenguas, pero también cómo se contraponen retóricamente en la literatura, pues entre ellos pueden darse tensiones y conflictos, especialmente entre el primero y los otros dos. Por eso me parecía instructivo empezar la discusión con la situación del último hablante de una lengua, como señalas, pues una lengua moribunda plantea de forma agudizada esos conflictos o tensiones entre los diferentes aspectos valiosos del idioma.

Habría que preguntarse, en primer lugar, por qué las lenguas importan ¿Qué desaparece además de la lengua? ¿Y qué permanece?
Exacto, puede parecernos ociosa la pregunta de por qué las lenguas importan, pues damos por descontado su valor e importancia. En el ensayo, sin embargo, explico que no debemos dar ni mucho menos por obvia la respuesta. De ahí que me detenga en desgranar con detalle en qué consiste exactamente su valor bajo cada una de las descripciones antes mencionadas. Por ejemplo, cuando hablamos de su importancia como medio de comunicación, ¿en qué consiste concretamente el potencial comunicativo de un idioma? Pues éste tiene que ver no sólo con su extensión (cuánta gente lo habla), sino también su centralidad (cuántos hablantes multilingües lo hablan). Lo mismo sucede con la descripción de la lengua como patrimonio cultural, que admite diferentes interpretaciones, o con las implicaciones de contemplar el idioma como seña de identidad de un pueblo, que es característica de los nacionalismos.

Insisto en este punto porque si no analizamos esas descripciones del valor de las lenguas no podemos responder con solvencia a la pregunta de qué se pierde cuando una lengua desaparece. Mi ensayo se aparta de lo que es habitual en los discursos sobre la diversidad lingüística justamente por no dar estas consideraciones de valor por supuestas, pues requieren un examen concienzudo. Pero también por resistirse a la corriente dominante, según la cual la pérdida de una lengua es siempre una tragedia o una catástrofe. Si entendemos que en último término el valor de una lengua depende del servicio que presta a sus hablantes –y ese servicio lo presta ante todo como medio de comunicación–, pues no tiene por qué ser así siempre. Dependerá de las circunstancias de cada caso, lo que supone necesariamente considerar y sopesar los costes y beneficios para los hablantes en circunstancias concretas.

Pensemos que cuando una lengua está en trance de desaparecer no es que sus hablantes queden incomunicados o aislados en la lengua moribunda, sino que ya usan otra lengua (u otras lenguas) más hablada en la que se manejan habitualmente y con la que se comunican con las personas de su entorno. Ahí es donde surge el problema, pues lo que se llama con aire dramático ‘la muerte de una lengua’ no es otra cosa que un proceso de cambio social, concretamente la sustitución de una lengua por otra en una población humana. En la mayoría de los casos porque la nueva lengua resulta más útil comunicativamente y ofrece más ventajas a los hablantes de la minoritaria.

“Aborda el problema político más serio al que se enfrenta nuestra nación”, escribe Félix Ovejero sobre Contra Babel. No es tanto el problema de la lengua, sino el de las políticas utilizadas para abordar el tema de las lenguas
Lo que dice Félix Ovejero es acertado, desde luego. Creo que muchos ciudadanos no perciben con suficiente claridad la trascendencia política que tienen las lenguas o la coexistencia de lenguas en nuestro país. Por eso conviene explicarlo, aunque sea sucintamente.

Esa significación política, como señalaba Renan, proviene de verlas como ‘signos raciales’, es decir, como señas de identidad colectiva, que diríamos hoy. Eso es lo que hace el nacionalista, que contempla la lengua ante todo como el rasgo que diferencia a un pueblo o nación culturalmente diferenciado, separado de otras comunidades humanas. Por tanto, no se trata sólo de que los nacionalistas presenten reivindicaciones y demandas basadas en el idioma, es que consideran éste como el alma de la nación; sin ella no habría nación. Para ellos, una lengua distinta es la prueba de la existencia una nación distinta, a partir de lo cual seguirían la reivindicación del autogobierno o el supuesto derecho a la autodeterminación de ese pueblo. En otras palabras, toda la tramoya nacionalista depende de contemplar la lengua como marcador identitario. Esa significación política es lo que explica que en distintas sociedades como Bélgica, la India o Canadá las lenguas generen fuertes disensiones y divisiones políticas, alimentando incluso movimientos secesionistas como en Quebec, en Flandes o aquí en Cataluña.

Lo cierto es que en España todos los nacionalismos son nacionalismos lingüísticos, es decir, se basan en la preeminencia de la lengua como rasgo cultural diferenciador. Por eso en Contra Babel me detengo en trazar el perfil de los nacionalistas lingüísticos, pues resulta evidente su utilidad para comprender los debates en torno a las políticas lingüísticas en las comunidades autónomas donde hay otra lengua oficial además del español. El mismo concepto de ‘lengua propia’, usado en los estatutos de autonomía y que sirve para legitimar esas políticas, no se entiende sino dentro del marco ideológico del nacionalismo lingüístico. Fuera de él tiene poco sentido, como explico.

Las lenguas están hechas para comunicarnos, “toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación, o de confrontación con el mundo se reducen, en definitiva, a una búsqueda de interlocutor”, decía Carmen Martín Gaite. Actualmente, los disparates políticos tergiversan y confunden a la gente alterando el propósito original…
Una de las cosas que hago en Contra Babel es destacar que la lengua es ante todo un código o un medio de comunicación, hasta el punto de que otras descripciones de su valor, como herencia o patrimonio cultural, dependen en último término de su función comunicativa. Que haya que reivindicar esta obviedad puede parecer sorprendente, pero lo cierto es que muchos discursos sobre la diversidad lingüística eluden o ignoran esa importancia comunicativa de las lenguas, que resulta primordial. La razón es bien sencilla: porque en lo que respecta a su valor comunicativo las lenguas son extremadamente desiguales. Hay lenguas con apenas unas decenas de hablantes y otras como el inglés, el chino o el español con centenares de millones de usuarios.

“Las lenguas están para entenderse”, dijo Zapatero en el Congreso. Sin embargo, este Gobierno se empeña en construir muros alentando “elementos de control” sobre los medios de comunicación, por ejemplo…
Hay que tener cuidado con ese cliché de que las lenguas están para entenderse, tan repetido por los políticos. En realidad, es una falacia de libro, concretamente de lo que se conoce como falacia de composición, pues atribuye al conjunto de lenguas lo que sólo cabe predicar de cada una de ellas. Me explico: cada lengua facilita la comunicación entre sus hablantes, pero que haya varias lenguas no facilita en modo alguno el entendimiento entre sus respectivos hablantes; al contrario, si son lenguas suficientemente alejadas constituye un serio obstáculo para el entendimiento y la comunicación. Es un ejemplo de las muchas falacias y clichés que abundan en la discusión sobre las lenguas y la diversidad lingüística.

Con lo de las lenguas autonómicas va a peor la cosa. Eliminan lo de “cooficial” e imponen el término “lengua propia”. La lengua materna es aquella con la que naces y, sin embargo, no la llaman propia. El Quijote, apoyándose en el latín, decía “todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar fuera…”
No me gusta el sintagma ‘lengua propia’ y en la última parte del ensayo explico por qué. Fernando Savater ha referido alguna vez la carta al director en la que un profesor vasco se quejaba amargamente de no conocer su lengua propia. Aquello dejaba estupefacto con razón al filósofo: ¿llama propia a la lengua que no habla y que desconoce? ¿Cómo llama entonces al idioma que sí conoce y usa diariamente? La anécdota muestra lo que va mal con la noción de lengua propia.

Y eso que va mal conecta directamente con la ideología nacionalista, fuera de la cual la noción de lengua propia no tiene mucho sentido, como te decía antes. En realidad sirve como marcador identitario en el peor sentido posible, pues atribuye la lengua a un colectivo o territorio, al margen de lo que hablen en realidad los ciudadanos, creando de ese modo una identidad impostada o ficticia. Así por ejemplo se declara que el euskera es la lengua propia de los vascos, aunque la mayoría de los ciudadanos vascos tenga como lengua materna o familiar el español.

El problema está en que luego se pretende que los usos reales se amolden a esa identidad ficticia, con las consiguientes imposiciones a los ciudadanos. No sé si hace falta recordar que quienes hablan y usan la lengua son los individuos, no los territorios ni las comunidades autónomas.

Cuando escuchamos “hay que despolitizar las lenguas” nos suena a una ingenuidad asombrosa, ¿es inevitable la significación política de las lenguas? Desde luego, hoy hay más ruido que nunca…

Es algo que se repite con cierta frecuencia en boca de políticos, comentaristas y hasta de lingüistas profesionales, muchas veces con la mejor intención, aunque no siempre. No deja de ser una ingenuidad en el caso español por las razones antes expuestas: la existencia de los nacionalismos opone un obstáculo insalvable a la despolitización de las lenguas, por más que algunos de sus portavoces se apunten a la consigna cuando les conviene. Pues el nacionalista no sólo erige la lengua en tótem y tabú, sino que hace de ella palanca esencial de la construcción nacional. A ver cómo se despolitiza eso.

A mi juicio, la cuestión no sería tanto despolitizar las lenguas como impugnar el marco ideológico donde las encuadra el nacionalista. Ese es el verdadero reto y no parece fácil a la vista de la facilidad con la que tantos asumen los postulados nacionalistas en torno a la lengua, incluso muchos que no se definen como tales.

La perversión del lenguaje, que hablaba Amando de Miguel, sucede a diario. Abusan del término “diversidad” de forma excluyente, -aíslan, autodeterminan-, cuando el término “diversidad” significa variedad, riqueza: “La diversidad sólo puede enriquecernos a través del contacto y la difusión, no de la mera yuxtaposición de comunidades separadas e incomunicadas”…

En el libro planteo que no podemos simplemente repetir el tópico de que ‘la diversidad nos enriquece’, que es uno de los clichés dominantes acerca de la diversidad lingüística y cultural. Hay que preguntarse de qué forma nos enriquece y examinar esos supuestos beneficios. Pero es más importante aún detenerse a considerar las distintas formas de contemplar esa diversidad. Para empezar, como sostengo en el ensayo, es completamente falsa esa visión de la realidad lingüística como un patchwork de áreas lingüísticamente homogéneas, perfectamente delimitadas unas de otras y compuestas mayoritariamente por hablantes monolingües, a pesar de que es bastante común. Y, por otra parte, conviene señalar que la diversidad lingüística presenta rasgos y dinámicas que no tienen parangón con otras formas de diversidad cultural.

Decía Juan Ramón Jiménez: “El que aprende una lengua, adquiere una nueva alma”. Sin embargo, el alma pierde todo ese significado con el actual “alma de la nación” que dicen los nacionalistas…
No sabría decirle si adquirimos una nueva alma con cada idioma que aprendemos o cuántas almas tienen los políglotas, pero sí que adquirir competencia en más de un idioma constituye una valiosa forma de capital humano, a pesar de los costes de aprendizaje. Por eso obligamos a los niños a aprender otras lenguas en la escuela así como adquirir y mejorar nuevas destrezas, como leer o escribir, en su idioma materno. Pues entendemos que es importante para una persona educada conocer bien más de una lengua y disponer de un buen repertorio lingüístico, algo que es ventajoso tanto individual como socialmente.

Todo este panorama lo definiría bien Pedro Salinas, “hablamos casi siempre con descuido, escribimos con cuidado”. Mientras, vemos como las tertulias de tv, radio o las calles se llenan de mítines políticos que son humo…

Cuando hablo de la lengua como capital humano es para resaltar los conocimientos y destrezas que requiere el uso del idioma y que pueden cultivarse hasta alcanzar un alto grado de virtuosísimo. Lejos de ser meramente útil, eso convierte a la lengua en un instrumento de lujo, por así decir, que requiere cuidado y esmero.

‘Amores que matan’, ese capítulo con la teoría formulada por Jean Laponce tampoco es baladí, ¿cierto?
Efectivamente, en uno de los capítulos analizo las aportaciones del politólogo canadiense Jean Laponce, cuyos trabajos sobre lenguas no son suficientemente conocidos en España. Entre sus grandes aportaciones destaco la ‘ley de los amores que matan’, a la que Philippe van Parijs ha llamado también ‘ley Laponce’, que se puede enunciar así: cuanto mejor se llevan las personas, peor se llevan las lenguas. Dicho de otro modo, cuando más se tratan las personas y más interactúan entre sí, mayor es la presión hacia la convergencia lingüística. Por el contrario, la fragmentación lingüística se mantiene gracias al aislamiento geográfico y social. Es algo a tener en cuenta cuando se habla de diversidad lingüística en un mundo globalizado, más interconectado y donde la movilidad es incomparablemente mayor que hace unas décadas.

¿Qué pensaría Nebrija si viera la evolución que está teniendo el español? ¿Qué cree que pensaría sobre cómo se maltrata la lengua en España?
Tengo una gran admiración por Nebrija, del que he leído recientemente su Apología, un opúsculo muy interesante y elegantemente escrito. Pero no soy capaz de imaginarme lo que pensaría el gran humanista de la extraordinaria expansión del español ni de la forma en que lo maltratamos en el presente.

¿Tiene su propia Babel?
Recordemos que el mito bíblico era un castigo divino, pues traía incomprensión e incomunicación. Creo que de eso nos corresponde a todos un buen lote, pues forma parte de la condición humana. Si no, asómese a las redes sociales.

Imagino que es optimista. No debería pasar desapercibido Contra Babel para los políticos, aunque prefieren estar rodeados de asesores de marketing ¿Qué hacer cuando el mensaje no llega al sitio indicado y se produce esta especie de teléfono roto?
En realidad, no soy nada optimista con respecto a la posibilidad de mantener un debate razonable y bien informado acerca de las lenguas y las políticas lingüísticas en nuestro país, a pesar de que resultaría necesario. Basta ver el ruido y la furia que envuelven las discusiones públicas al respecto. Seguramente ese enconamiento resulta inevitable cuando se contempla a las lenguas por encima de todo como señas de identidad.

De todos modos, si he escrito este ensayo, donde trato de desmontar falacias y clichés, ha sido con la idea de contribuir con argumentos a un debate más ecuánime e ilustrado sobre las lenguas. Así que supongo que no he perdido del todo la esperanza.



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